LAS "CARRERAS de CABALLOS' ACABARON con VILLARIN y la "CHISPA Z-14"...otro ex-militar convertido a Capo.

Desde hace 10 años ninguna carrera de caballos ha vuelto a tener lugar en Villarín. La última que hubo en esa comunidad del ejido Santa Fe, en la ciudad de Veracruz, terminó en sangre y balas.

Unas versiones, apuntan a que el alcohol y el empate entre los caballos de la competencia estelar, causaron la ráfaga de plomo. Otras, indican que todo fue preparado.

La versión de la Procuraduría General de la República (PGR), reconoce que la noche de ese tres de marzo de 2007 fue asesinado Efraín Teodoro Torres alias “El Z-14”, uno de los fundadores del cártel de Los Zetas.

El hecho dejó otra persona muerta, sin identificar por las autoridades, siete personas heridas y cinco detenidos.


Esa última carrera del llamado “Deporte de Reyes”, marcó el génesis de la violencia creciente en el estado de Veracruz y significó el fin de la vida como se conocía por generaciones en Villarín.

Las cuadras escasearon sus caballos. Los jinetes mudaron de residencia. Los caballerangos se volvieron albañiles y campesinos. De la pista de carreras que existió a las afueras de la comunidad, solo queda un baño en pie.

Desvencijado, lúgubre, su cara frontal observa a metros su futuro: tierra removida, grandes maquinarias y mezcladoras de cemento para la construcción de una planta de mármol.

SE ACABÓ LA PISTA, SE ACABÓ VILLARÍN

“Villarín… ¡Ah, sí! Había una pista muy chingona en Villarín. Pero es donde hubo una balacera ¿no?”, es la frase que suele escuchar Ernesto cuando en el Hipódromo de las Américas se presenta con algún posible cliente.

“Me molesta que relacionen Villarín con ese problema que hubo, como si todos aquí nos dedicáramos a eso. Nosotros nos dedicamos a los caballos. Nadie de aquí es delincuente”, expresa sentado en el pasillo que da entrada a su vivienda.

“El problema”, así se refieren Ernesto y otros vecinos suyos al enfrentamiento armado de 2007 que preferirían que el resto del mundo olvidara.

Platica que el 60 por ciento de las personas de la comunidad en que nació viven de los caballos, por lo que su forma de vida se convirtió en sobrevivencia.

Desde hace cuatro años él se dedica a la compra y venta de caballos de carrera. No ha terminado de decir que su sede de trabajo es el Hipódromo de las Américas, cuando saca su cartera para mostrar orgulloso su credencial, que lo identifica como encargado de cuadra de la pista capitalina.

Hasta allá viaja cuando no hay carreras en Jamapa, Vargas, o alguno de los poblados de la región centro de Veracruz, en donde aún se practica este deporte. Sin embargo, pese a que en esos sitios se cuenta con pista, ninguna es como lo fue la de Villarín.

La edificación, propiedad de Marciano Nayen Arrioja, contaba con hasta dos carriles, gradas, locales para restaurantes, bar y estacionamiento. Las carreras se realizaban en el sitio con regularidad y en ella competían caballos de todo el país.

Ernesto recuerda que desde que fue abierta en 2003 y hasta el último día, por los pasillos del lugar confluían políticos y empresarios porteños con la gente sencilla de las comunidades en derredor. El ambiente en las carreras de caballos era “de amigos” y las discusiones más acaloradas sobrevenían por personas que no querían pagar apuestas de mil o dos mil pesos.

“Las competencias eran de los mejores caballos del estado, de la República y todos emocionados aquí en el pueblo para poder ir a presenciar la carrera. La gente iba sanamente”, comenta.

El tres de marzo de 2007, Ernesto recuerda haber estado ahí. Apenas terminar la carrera, comenzaron a oírse balazos. “Escuchamos los disparos y todos salimos corriendo”, dice, recordando que tenía 17 años de edad.

Afirma que quienes se enfrentaron “eran gente de fuera”, sujetos que comenzaron a llegar frecuentemente al pueblo un par de años antes y que nadie nunca conoció. Después del hecho violento, “la gente mala” no regresó más a Villarín.
Solo quedaron los habitantes del pueblo que terminó desolado.

LA INFAME CARRERA

Desde la una de la tarde del sábado tres de marzo de 2007, dio inicio el torneo en el que caballos de varias partes de la República se enfrentarían en carreras.

La competencia, que había sido autorizada desde el 15 de febrero de 2007, con la firma de aprobación del alcalde de Veracruz, Julen Rementería, se prolongó por horas.

Todos los relatos que existen acerca de ese día, coinciden en que la última carrera tuvo un final de fotografía. Nadie supo qué animal ganó. Ni lo sabrían, porque de inmediato comenzó el enfrentamiento entre algunos de los asistentes.

A bordo de una camioneta blanca, un grupo de personas emprendió la huida. Dos de ellas, severamente heridas, un niño de 12 años de edad acompañado de un hombre. Éste último fue llevado por cinco individuos al Hospital Millenium, nosocomio particular en Boca del Río.

Para ingresar, refirieron que el lesionado era ganadero y se llamaba Roberto Carlos Carmona Gasperín. Cuando era atendido por los médicos perdió la vida. Al día siguiente su cuerpo, fue reclamado en el forense por una mujer que dijo ser su madre y llamarse Julia Gasperín.

Días después, los restos de Roberto fueron llevados a Poza Rica, pero durante la noche fueron robados del cementerio por hombres armados y nunca más fueron hallados.

Para el cuatro de septiembre de ese año, la PGR confirmaba un dicho que a voces era conocido en Veracruz.

El nombre verdadero de Roberto era Efraín Teodoro Torres, alias “El Z-14” o “La Chispa”. En 1998 había causado baja del Ejército Mexicano para unirse al Cártel del Golfo, donde finalmente formó parte de Los Zetas. Era el encargado de controlar el trasiego de droga por Veracruz y la región del Golfo de México.

Su asesinato en Villarín, presuntamente, ocurrió por órdenes de Noel Salgueiro Nevarez, fundador del grupo delincuencial Gente Nueva, operador del Cártel de Sinaloa, quien buscaba controlar la zona.

Evidenció la disputa que comenzaba a gestarse en la entidad entre cárteles de la droga; un pleito que no ha hecho más que incrementar el número de víctimas y violaciones a derechos humanos en la entidad.

LO QUE UNE A VILLARÍN Y COLINAS DE SANTA FE

El derramamiento de sangre en la pista de carreras inició el despliegue de violencia. Hasta el 21 de abril de 2007, por lo menos 13 asesinatos habían ocurrido en Veracruz.

La cifra de muertes por la violencia se ha incrementado en la última década. Cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad muestran que 2016 fue el año más sangriento para la entidad veracruzana, con mil 258 homicidios dolosos en comparación con los 565 asesinatos dolosos reportados en 2015.

La situación no mejora con el cambio del partido político en el gobierno, ocurrido el primero de diciembre pasado.

En enero de 2017, el secretariado reportó 102 homicidios dolosos, cifra superior a los 80 registrados en el mismo mes de 2016. En febrero de este año, la cantidad aumentó a 109, que rebasa la del mismo mes el año anterior con 52.

La violencia también ha venido marcada con episodios tristemente recordables.

Como el abandono de 35 cuerpos sin vida, en el bulevar Ruiz Cortines, en la zona turística de Boca del Río en septiembre de 2011; o los 11 cuerpos encontrados en el mismo municipio, el pasado el primero de marzo de 2017.

En los últimos seis meses, el hallazgo de 125 fosas clandestinas en las que hasta el momento 249 cráneos y miles de restos humanos han sido exhumados por las madres del colectivo de familiares de desaparecidos Solecito de Veracruz y la Policía Científica.

El predio, ubicado en la zona norte de la ciudad de Veracruz, comparte localización y nombre con el fraccionamiento Colinas de Santa Fe.

El conjunto habitacional está unido a Villarín, por algo más que la metáfora. Un sendero de terracería conecta a Colinas de Santa Fe con el poblado.

El camino, cercado por alambres de púas de ranchos vecinos, cubierto por las copas de los árboles, ofrece una ruta a los niños del fraccionamiento más alejado de Veracruz para que estudien en la primaria de Villarín.

Y a los habitantes de la congregación, les permite tomar uno de los varios camiones urbanos que transitan en Colinas y que los llevan a las zonas comerciales y turísticas de Veracruz y Boca del Río.


LA CULTURA DEL CABALLO NO SE OLVIDA

A la edad de ocho años, Ernesto vio su primera carrera de caballos, a escondidas de sus padres. Las competencias solo eran lugar para hombres adultos y no era bien visto que niños o mujeres se acercaran a observar.

Un día pidió permiso para ir a jugar con sus compañeros de la escuela cerca de la única primaria del pueblo. Pero en realidad, lo que Ernesto quería era acudir a la pista rústica que existía detrás. Fue la primera que tuvo Villarín y contaba de un par de carriles rodeados por una cerca.

Cuando a diez minutos del poblado se levantó la pista de carreras que años después traería desgracia, la vida económica del lugar creció. Tiendas de abarrotes y locales de venta de comida, abrieron sobre la calle principal, por la que iban y venían jinetes y entrenadores de varias partes del país.

Ahora, solo tres tienditas existen en el sitio. La iglesia San Judas Tadeo, frente al parque. Junto, la primaria, a un par de cuadras del único jardín de niños del lugar. Solo quedan seis cuadras en todo el poblado.

Antes del cierre de la pista de carreras, ocurrido un día después de la violencia, cada caballeriza contaba con hasta 25 ejemplares. Hoy todas subsisten con menos de 10 animales en su interior.

A decir de Ernesto, quedan unos pocos herradores, entrenadores, jinetes y personas que como él se dedican a la compra-venta de ejemplares. Otros oficios relacionados al deporte, como los caballerangos, casi han desaparecido.

“Los caballerangos son las personas que se dedican a limpiarlos, a darles agua (a los caballos). Aquí había muchas personas así que ya dejaron de hacer eso, que ya se metieron a otro oficio, pues no les conviene irse, por ejemplo, a Alvarado a un oficio de caballos, porque viven aquí, los pasajes y eso”.

Sin embargo, para Ernesto la cultura del hipismo en Villarín sigue viva y algún día espera que sus hijos, una niña y un niño sigan sus pasos.

Señala al más pequeño, de apenas dos años de edad, que da sus pasos con pequeñas botas cafés. “El primer sonido que él hizo fue el de un caballo. Como yo vivo de eso, les enseñamos esa cultura”.

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