La muerte de Nacho Coronel pasmó a los tapatíos. Nadie tenía claro si se trataba de una buena o de una mala noticia.
El jefe de la plaza, el hombre fuerte del Chapo Guzmán en Guadalajara, el que nos protegía de la llegada de los Zetas, el intocable, había sucumbido tras un operativo del Ejército Mexicano que irrumpió en la casa del capo en Colinas de San Javier, una colonia de clase alta y grandes caserones.
La noticia se corrió de boca en boca con una mezcla de morbo y miedo. Cada uno le iba agregando un poco para hacerla más interesante, más alarmante, más fuerte.
Una hora después de confirmado el deceso, el Ex-presidente Felipe Calderón aterrizó en Guadalajara para inaugurar el estadio Omnilife, la nueva sede de las Chivas, el equipo más popular de México. El orgullo estaba a flor de piel: el "mejor estadio del mundo" para el "mejor equipo del mundo". La noche del 29 de julio de 2010, Guadalajara era una estampa viva de su eterna contradicción: la ciudad pujante, echada para adelante, la que presumía ser, en ese momento, una de las más seguras de México y Latinoamérica tenía miedo y orgullo.
En las redacciones de los periódicos, ambas notas competían por la cabeza. La muerte de uno de los narcotraficantes más buscados del país frente a la inversión privada más importante de la historia de la ciudad. La caída de "San Ignacio protector", el que nos había vendido la idea de que Guadalajara era segura porque él era el factor de estabilidad de la violencia, frente a la consagración del "Templo Mayor" del Rebaño Sagrado. La nota que irrumpe, que traspasa como una bala de alto poder amenazando la tranquilidad de la ciudad frente a la nota esperada, la que no sorprende pero sí enciende el orgullo local.
Ignacio Coronel llegó a Guadalajara de la mano de Amado Carrillo Fuentes, el Señor de los Cielos, a principios de los años noventa. Coronel se había convertido en uno de los hombres de confianza del gran introductor de cocaína a Estados Unidos y jefe del cártel de Juárez. En Guadalajara, una plaza disputada por los cárteles de Sinaloa y Tijuana, el Señor de los Cielos había logrado sumar a sus filas nada menos que al jefe de la XV Zona Militar, el general Jesús Gutiérrez Rebollo. Junto con Juan José Esparragoza, el Azul, Coronel trabajó la plaza de Guadalajara para el cártel de Juárez y consolidó el negocio de las metanfetaminas. En 1993, Nacho cayó de la gracia de el Señor de los Cielos y fue detenido en Sinaloa con un cargamento de droga. A los pocos días salió libre gracias a la intervención de un abogado enviado desde Guadalajara por la mano derecha de Guzmán Loera: el Mayo Zambada. Meses después, el comandante que lo detuvo fue asesinado, y Nacho se unió a las filas de Sinaloa.
Fueron años de cambios acelerados en las mafias de la droga en Guadalajara. El asesinato del cardenal Posadas llevó a Joaquín el Chapo Guzmán Loera a la cárcel y convirtió a los Arellano Félix en el cártel más perseguido. La muerte de Amado Carrillo durante una operación de cirugía plástica y el rápido ascenso y caída del general Gutiérrez Rebollo, quien fue nombrado zar antidrogas y luego aprehendido por sus ligas con el cártel de Juárez, cambió radicalmente la situación de la Perla Tapatía; vinieron los mejores años para la seguridad en la ciudad y también para Ignacio Coronel, que se convirtió en el King of Ice (el rey del cristal).
Tras la fuga del Chapo Guzmán de la prisión de Puente Grande en 2001, Coronel participó en la reunión de capos en la que se creó la llamada Federación, el primer intento de unificación de un gran cártel. Nacho Coronel se quedó con el negocio de matanfetaminas y el control del puerto de Manzanillo y los estados de Colima, Jalisco y Nayarit. Tres años después, la Federación se rompió en una cruenta guerra interna que ganaron el Chapo y sus aliados, entre ellos el Mayo Zambada, el Azul Esparragoza y Nacho Coronel.
Con la plaza bajo control y el negocio al alza, el poder de Coronel floreció. Era el operador de confianza de Guzmán y tuvo infiltradas las instituciones policiacas y de justicia en Jalisco. Mientras que en decenas de ciudades de México la seguridad se salía de control y el crecimiento de los Zetas destrozaba la tranquilidad de plazas como Monterrey, Aguascalientes, Torreón y Cuernavaca, Guadalajara vivió su mejor momento. El mito de que los Zetas no entraban a Jalisco y Colima porque Nacho Coronel mandaba en esta plaza creció a gran velocidad y pasó de ser un rumor entre la fuente policiaca a una "gran verdad" creída y difundida por las clases medias y altas de la ciudad: Nacho nos protege a todos; él tiene un mejor sistema de espionaje que la policía, y les pasa el pitazo cuando vienen los Zetas; cuando pasa Nacho Coronel, los policías lo escoltan; dicen que vive en Colima y se le vio en una boda con el gobernador; no es cierto, deciden otros, vive en Guadalajara a todo lujo; el Chapo se vino a vivir a Puerto Vallarta porque aquí lo protege Nacho... Su poder crecía al mismo ritmo que los mitos y los rumores.
La fiesta se acabó en abril de 2010, cuando en el hotel Green Bay, de Riviera Nayarit, un comando vinculado a los Zetas capturó y mató a Alejandro, uno de los tres hijos de Coronel, de sólo dieciséis años. Nacho perdió el control. La venganza marcó los últimos meses de su vida. Ejecutó a todos los que habían participado en el secuestro y muerte de su hijo y fue hasta Hermosillo para secuestrar a la esposa de Héctor Beltrán Leyva, el H, pero tres semanas después decidió regresarla viva con mensajes que aludían al respeto que se debía tener por las familias.
La suerte del capo cambió. Las murmuraciones ahora señalaban que venían por él. Cuando se veían militares o marinos en la ciudad, de inmediato corría el rumor de que había detenido a Nacho Coronel. El capo sabía que su hora había llegado. Los últimos quince días no salió de la casa de Paseo de los Parques, en Colinas de San Javier, donde estaba resguardado. Hasta ahí llegaron los militares la tarde del 29 de julio de 2010. Cerraron las calles, tomaron las casas vecinas y fueron por él. Hubo balacera y detonaciones de granadas.
Una bala en el tórax y otra en el abdomen acabaron con el capo, pero no con los mitos. La falta de una foto del cuerpo abatido en la casa donde fue capturado generó de inmediato el rumor de que en realidad no estaba muerto. El miedo se apoderó de los tapatíos, los rumores de venganzas por la muerte de Coronel y de que los Zetas tomarían la ciudad corrieron de inmediato. En silencio, Guadalajara lloraba la muerte de "su protector".....
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