En la Tierra Caliente, los autodefensas tienen por cierto que Servando Gómez Martínez, “La Tuta”, ordenó el asesinato de su jefe y socio Nazario Moreno González, “El Chayo”, a principios de marzo del año pasado.
Miembros de las oficialmente disueltas –pero aún operativas– autodefensas, el comportamiento de Nazario empeoró luego de que fuera dado por abatido por el gobierno de Felipe Calderón, a fines de 2010.
–¡Mataban niños! –asegura el jefe de uno de los grupos de la Policía Rural–. A una mujer le sacaron su criatura del vientre con una sierra eléctrica. Agarramos gente de Nazario que nos confesó a nosotros y lo repitió con la Policía Federal, que Nazario les daba de comer pedazos de corazón de sus enemigos. “El Más Loco” ya estaba muy pinchi loco.
Es diciembre de 2014 y el grupo recorre un camino de terracería con los cuernos de chivo listos.
En los límites de Apatzingán y Tumbiscatío permanecen gavillas de hombres leales a Nazario, aún después de su segunda muerte, el 9 de marzo de 2014. Esos pistoleros tienen por cierto que “La Tuta” traicionó a Nazario y algunos rurales encuentran justificación.
–A “La Tuta” le gusta el negocio de la droga. Siempre fue motero –habla otro autodefensa, un hombrón de piel oscura y cejas y brazos de luchador. Se acomoda el tirante de su cuerno de chivo–. Y no le gustan esas pendejadas de matar sin ton ni son, porque es malo para el negocio y eso se vio cuando nos tuvimos que levantar porque ya no se podía más con estos lacras.
–“La Tuta” mandó a un hombre llamado Ponciano Saucedo para matar a Nazario y lo mató al día siguiente de su cumpleaños [el 9 de marzo de 2014]. A Ponciano luego lo mató “El Gallito”, uno muy cercano al “Chayo” que todavía anda por aquí, por donde andamos, con uso 12 o 15 hombres dedicados a emboscar.
La versión oficial del Gobierno mexicano sobre la segunda y definitiva muerte de Nazario consiste en que el narcotraficante fue abatido el 9 de marzo, al día siguiente de su cumpleaños 44, en un paraje de Tumbiscatío.
“El Más Loco” se lanzó, a lomo de mula, contra un grupo de marinos de élite.
–El gobierno dice otra cosa –se le comenta al autodefensa que suelta el dato de Ponciano Saucedo.
–El gobierno dice muchas otras cosas que tampoco son ciertas.
–¿Y qué ganaba “La Tuta”?
–Componer las cosas con el gobierno. Arreglar el negocio.
Un cártel no se construye en pocos años. El pasado remoto de La Familia, según la DEA, es de algunos rancheros de cejas juntas y sangre caliente que sembraban marihuana desde 1980, bajo el liderazgo de Carlos Rosales Mendoza, un fumador empedernido con tos permanente. “El Tísico”, le llamaron.
“El Tísico” comprendió que la asociación de productores de marihuana, moteros, como les llaman aquí, potenciaba el negocio y que el siguiente paso era reducir la intermediación en la venta hasta ser ellos mismos quienes la exportaran a Estados Unidos.
A la vez, crecía el poder del Cártel del Golfo, cuyos jefes convirtieron la frontera de Tamaulipas con Texas en una aduana de su propiedad. Michoacanos y tamaulipecos se asociaron. Durante su liderazgo, Osiel Cárdenas pagó la deserción del grupo militar de las fuerzas especiales, Los Zetas.
Rosales fue detenido en 2004 y, al poco tiempo, el entonces líder de Los Zetas, Heriberto Lazcano, envió a un tamaulipeco a encargarse de las operaciones en el puerto de Lázaro Cárdenas, vital para el ingreso de precursores químicos asiáticos para la producción de metanfetaminas, manufactura desarrollada por el también michoacano Cártel de los Valencia o del Milenio y cuyo consumo en Estados Unidos se mantenía en ascenso.
El jefe michoacano en Lázaro Cárdenas era “La Tuta”. La disputa por el puerto terminó con el triunfo de los michoacanos.
“Vuélvanlo a intentar”, escribían en cartulinas al lado de las cabezas que cortaban a sus enemigos.
En 2006, la organización de “La Tuta” y sus socios Dionisio Loya Plancarte, “El Tío”; Nazario González Mendoza, y “El Chango Méndez” proclamaron su independencia del Cártel del Golfo y de los Zetas.
“La Familia no mata por paga, no mata inocentes. Sólo muere quien debe morir. Sépanlo toda la gente, esto es justicia divina”, arengaron en una de sus primeras mantas.
La propaganda, elemento constante y definitorio de los Caballeros Templarios de Michoacán, mantuvo presencia en calles y pueblos del estado hasta que los narcotraficantes de la Tierra Caliente se volvieron depredadores de su misma gente.
Por ejemplo, ocuparon la extorsión para cubrir por completo las cadenas productivas del aguacate y el limón, desde la siembra de pies en invernadero hasta la exportación de las frutas y desde el próspero agricultor hasta el sencillo cortador de frutas.
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