Venganza y traición: La confianza entre miembros del crimen organizado termina donde comienza la ambición.

“La noche del día que mataron a mi marido dejé que mi hijo subiera a acostarse solo. Mijo’ fingía que no pasaba nada, pero luego de que lo vi meterse al cuarto cabizbajo, imaginé que lloraría. 

O que nomás pegaría su cabeza a la almohada, como si con eso detuviera los recuerdos de su papá pidiéndole que se lavara los dientes o que recogiera su ropa sucia.

Imaginé que daría vueltas en la recámara mirando de reojo la pared, pensando en cómo lo habían matado. Todos los días mi marido lo llevaba a la escuela. (Dios mío, no quiero pensar qué hubiera ocurrido si no hubiera salido con prisa en la mañana).

La cara de Mijo’ esa noche es la más triste que he visto, pero hasta ahora sólo la he mirado en mi cabeza. Adentro veo también a su papá acostado en el sofá de la sala mientras lee los mensajes de uno de sus dos teléfonos.


Le acaricia el lomo a su perra, su animal favorito de entre todos los que hay en casa. La gorda, la peluda, la panzona: su consentida. ¿Qué voy a hacer ahora con tanto perro? No puedo con todos. Él se hacía cargo de ellos, sacándolos a pasear cuando podía, dándoles de comer y provocándolos nomás regresaba del despacho. 

Ay, cómo los molestaba; en especial a uno, al más viejo: el pobre perro creció formándose un carácter endemoniado de tanto que lo amargaba arrebatándole sus muñecos del hocico.

Toda la noche del día de la ejecución ese perro se quedó en medio del patio, frente el ventanal que da a la sala de casa, sin mover la cola. Ambos tenían el mismo carácter. Qué carácter tan fuerte. Eso sí: mi marido nunca me gritó, ni puso dedo encima. Era un padre cariñoso, un esposo atento. Tenía un sentido del humor rarísimo, negro y acedo. Era culto. 

La gente que le conoció de cerca (muy pocos) aseguran que fue un gran amigo. Convivía con mi familia un rato nomás, casi siempre después de beberse varias cervezas, pero luego se escabullía. Subía a la recámara y se acostaba solo con sus demonios. ¿Qué imaginaba yo mientras lo veía subir las escaleras? Que había cosas que había hecho, pero que no se atrevía a decirme. Confieso que muchas veces le temía.

A veces llegaba de malas del despacho, casi siempre echando lumbre de la boca cuando un juez se resistía a resolver a su favor. Luego del encabronamiento seguía el desquite consigo mismo, por dentro maldiciéndose por no poderse imponer a toda esa porquería de jueces y magistrados que pedían más y más dinero.

Después seguía el miedo.

Luego se subía a la recámara a tomarse su pastilla y contestar mensajes de texto antes de dormirse a fuerza.

Hacía meses que nos habíamos distanciado. Confieso también que llegué a rezarle a la virgen para que facilitara el proceso de separación, si Dios así lo quería. Hay días que lo extraño mucho, casi siempre por las mañanas. Por las noches más bien estoy tranquila.”


***********
La Venganza es el leitmotif que recurre siempre al interior del narcotráfico. La fidelidad entre miembros del crimen organizado termina donde comienza la ambición. Al igual que en Macbeth, aquí la sucesión de ajustes y vendettas revela los peligros que entraña la avidez desmedida. 

Aspirar a dominar los terrenos propios del narco es un enorme agente corruptor: así como la rapacidad hunde al personaje shakespereano en una espiral vertiginosa de poder, también el aspirante a capo se precipita invariablemente hacia la muerte: en principio la muerte del otro, luego la de sí mismo. Un paradigma turbio diferencia la traición de la venganza; mientras la primera tiene como fin arrebatar el poder, la venganza tiene por objeto restituirlo.

Un orden se ha perdido, pero jamás se podrá restaurar: ese paradigma de imposibilidad pauta la escalada de muerte sin fin que caracteriza el recrudecimiento de las disputas intestinas del crimen organizado.

¿En qué lugar de este entramado se sitúa la ejecución de un inocente, llamada “baja colateral” por el Estado? En un conocido sutra budista, un hombre acaudalado es asesinado por una flecha envenenada.

El hombre no permite que sus criados retiren la saeta. El hombre se empeña en averiguar quién lo atacó y por qué. Ahí está aquel hombre empeñado en darle vueltas en la cabeza a su agresor, cuando muere. Hay quienes en el momento de su muerte violenta pensarían en su esposa e hijos. Hay quienes pensarían en traición.

Hay quienes en venganza. Me inclino a pensar que en nuestra humanidad desbocada, la mayoría pensaríamos en todo lo anterior a la vez.

0 comentarios:

Publicar un comentario