Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- Como casi todos los domingos, Rosa se paró tarde de la cama. A eso de las 11 de la mañana, junto a su esposo y sus hijas se sorprendieron de ver a lo lejos torres de humo saliendo de la carretera a la Ciudad de México.
Sin duda eran un mal presagio pero nunca se imaginaron hasta que grado los afectaría de manera directa.
En el crucero junto a su casa, cientos de personas caminaban apresuradas, colocando autos, fierros, muebles viejos y cualquier cosa que ayudara a bloquear el tránsito de la caravana policial que se aproximaba a la ciudad para reprimir los actos de protestas en apoyo de los maestros.
Hasta las 3 de la tarde aparecieron helicópteros oficiales que bajaban su vuelo y daban una vuelta tras otra sobre los manifestantes. Cerca de una hora duraron estas maniobras aéreas. Luego las aeronaves empezaron a bombardear el lugar con gas lacrimógeno.
Rosa no quiere que se sepa su nombre real, así es que le pido que invente uno. Ella vive en Barrio Morelos, frente a Hacienda Blanca, una de las zonas populares de la ciudad de Oaxaca que fueron arrasadas por las fuerzas policiales el 19 de junio de 2016, día conocido por la masacre de Nochixtlán, en el que otros lugares y personas también fueron agredidas, sin que hasta la fecha se conozcan los detalles de lo que padecieron.
Mientras caminamos por su casa, Rosa relata la forma en la que caían los proyéctiles del cielo. Sus hijas, dos menores de 10 años, fueron intoxicadas. “Aguantaron como una hora el dolor y el ardor. Sí se quejaban pero aguantaron mucho mis nenas. Toda la gente gritaba y por todas partes tronaba, como granadas, no sé, a parte de lo que tiraba el helicóptero. Y el helicóptero sí pasaba bien bajito. Eran dos, creo, porque uno era más grande que tenía como cintas anaranjadas. El otro era como mediano. Los policías hasta se asomaban con su rifle. Se veía porque era bien cerquita. Tiraban y tiraban bombas. Lo que hicimos nosotros fue apagar las bombas que cayeron en nuestro patio”.
Al cabo de una hora, una de sus hijas pequeñas se desmayó, mientras que la otra comenzó a vomitar. “Fue cuando nos asustamos más y mi marido me dijo: 'te voy a encaminar porque ni para ir al doctor porque está feo'. Salimos atrás de mi casa porque aquí estaba rodeado de gentes, de policías, maestros, muchas gentes, pues. La verdad era como guerra: caían piedras, bombas, palos, cuetes, hasta carteras vacías. Vimos que los policías cristaliaron los carros. Nos salimos porque mis hijas temblaban, la verdad”.
El esposo de Rosa la encaminó cuatro cuadras y de ahí ella se fue solita a dejar a sus hijas pequeñas con una vecina. Llevaba una cubeta con agua para irles echando en el camino, ya que las calles estaban llenas de gas lacrimógeno. Luego volvió por la hija más grande, de 13 años, que no quería salir de la casa porque tenía miedo de que los policías le hicieran algo. Cuando volvía sola por ella, un grupo de policías apareció en el callejón. “Yo veía que la gente corría pero yo no corrí nada, iba caminando, porque yo decía 'no ando en eso', cuando me rodearon los policías. Eran bastantes policías”.
- ¿Le preguntaron algo?
- Sí. Lueguitito me agarró de las manos un policía. Como yo traía la cubetita con la que estaba limpiando con un trapo a mis hijas, me dicen que yo andaba en el bloqueo. Yo les digo que cómo voy a andar en el bloqueo si ni corrí ni nada y traía unas chanclas y una camiseta de manga cortita, toda fea. “A nosotros no nos interesa. Nosotros vamos a barrer con todo”, me dijeron. Y ya empezaron a pegarme.
- ¿Qué fue lo que le hicieron?
- Me pegaban en la cabeza. En el estómago. Y me arrestaron. Yo les decía que no, que había ido a resguardar a mis hijos. “A nosotros no nos interesa. Lo que menos nos importa es la gente. Nosotros venimos a lo que venimos”, decían. Y seguían correteando a las personas. Y me arrastraron a la carretera y llegó un policía, su jefe, no sé qué era, y él los regañó. Les dijo “no la traten así. ¿Para qué la agarraron?”. “No, es que la agarramos porque venía entre el montón” y no sé que cosa. “No es cierto”, le digo, “yo venía caminando”. “Que se calle la trompa” y que me pegan. Y ya su comandante, no sé quién sería, se enojó y les dijo “no, no tienen por qué tratarla así”.
- ¿Eran policías estatales?
- Federales, de esos de Gendarmería. Entonces todititos me llevaron y me pararon en el camellón. O sea que me llevaron hacia arriba. Me sentaban, me paraban, y me pegaban mucho. Luego ya veía que llegaban otros. Llegó un señor todo ensangrentado. A él le tiraron todos los dientes. Y andaba con su casco puesto porque dice que traía su moto. Y le quebraron su brazo al señor.
Y ya llegó un convoy, o no sé como le dicen que parece así una camioneta así larga como de los soldados y nos aventaron como animales; así como sea. Yo no me quería, pues, caer tan feo y levanté la cabeza y fue cuando me dieron otro toletazo. Que porque no tenía que verles la cara. Todo el tiempo me tuvieron enbroncada. A todos, a todos. Nos pisoteaban, nos pateaban. Y a cada rato hablaban. Nos decían que ya nos iban a llevar, que nos iban a echar gasolina, y que las mujeres policías se iban a volver lesbianas porque nos iban a violar, que si en Ayotzinapa fueron 43 con ustedes van a ser 73.
“NOS DECÍAN QUE NOS IBAN A QUEMAR”
- ¿Recuerda en donde estaban?
- La verdad no sé dónde estaríamos porque no vi por dónde pasamos y luego me empezaron a manosear los hombres, y me quitaron mi dinero. A mí y al señor porque éramos a los que acaban de subir. Al señor le quitaron todo. A mí me metieron la mano a mi brassier y me sacaron el dinero. Eran los tres cincuenta que me pagan porque había ido a trabajar el sábado. Me los sacaron y les dije que qué les pasaba y ya me dicen que no tenía yo por qué hablar y que me pisan. Luego ellos se paraban y decían que disparaban. No sé la verdad si disparaban pero sí tronaba mucho.
- ¿Como cuántas personas había?
- Cuando a mí me aventaron con el señor, que tendría como 60 años, pensé que no había gente porque no se veía. Pero había un montón de gente. Todos tirados, enbroncados así. Yo creo que unas 20 o 22 personas.
- ¿Cuántas mujeres?
- Éramos tres.
- ¿Sabe si a las otras también las golpearon y agredieron sexualmente como a usted?
- Sí, a todas. La verdad sí a cada rato nos pisaban, nos decían que nos iban a quemar. Y se burlaban a cada rato. Nos decían muchas groserías.
- ¿Y a dónde llegaron después?
- A la cárcel de San Bartolo Coyotepec. Pero antes de llegar, no sé si a medio camino, me pararon ahí y me dicen todavía que me desnudara para tomarme foto. Les dije qué no, no tenía por qué. “Además”, les dije, “ya casi vengo toda desnuda. Traigo una camiseta”. Y me pegaron y me tomaron fotos. Luego ya me subieron.
- ¿Al señor del casco también lo desnudaron?
- Igual, no se dejó. Le sacaron el casco a coletazos. Pobrecito el señor; la verdad que sí estaba sangrando mucho. Llegando al cuartel nos hicieron brincar del convoy. Toda la noche nos tuvieron sentados ahí en su patio.
- ¿Qué sucedió en el cuartel?
- Nos dejaron a la mitad a fuera y a la otra la metieron que para declarar, pero de ahí yo ya no supe nada de ellos. Como a las 5:00 de la mañana nos metieron a la sala de ellos, no sé qué sala era, y como a las 6:00 de la mañana nos sacaron de ahí porque según ya nos iban a trasladar alAltiplano, o a Sonora, así escuché. Lo que pasa es que según no podíamos pasar a declarar ahí porque éramos de policías federales.
- ¿Le dijeron de qué los acusaban? ¿Le preguntaron algo?
- No, nada.
- ¿Platicó con las demás personas?
- Un señor nomás me dijo que era de Nochixtlán, que estaba cavando una tumba con sus compañeros y que los policías los llamaron y les habían dicho que los iban a resguardar. Pero de ahí los empezaron a maltratar. Y ahí lo tuvieron todo el día. Creo que a mí me agarraron como a las 5:30 o 6:00 de la tarde, no me acuerdo. Ya de ahí al cuartel creo que llegamos hasta las 11:00 de la noche.
“ANTES YO DECÍA QUE LOS POLICÍAS ERAN MIS HÉROES”
- ¿Qué hacen al día siguiente en el cuartel?
- El lunes nada más nos llevan y dicen que nos van a trasladar. Nos suben según con la psicóloga, pero no vi nunca una psicóloga. Luego ahí nos dijeron que nos metiéramos a unas camas, a unas literas que están ahí. Entonces ya nos dijeron unas policías “es que ustedes van a estar aquí. Parece que van a ser trasladados”. “¿Por qué si ni hemos declarado ni nos han dicho nada?”. “Pues quién sabe pero que ustedes fueron agarrados por la Policía Federal”.
Y ya estuvimos toda la tarde y fue cuando entraron nuestros familiares (yo creo que estaban a fuera desde antes), nos visitaron y nos dijeron que íbamos a salir. Fue cuando llegaron también los abogados. Dijeron que teníamos que salir porque no tenían por qué tenernos ahí y luego todos golpeados. Y me quedé dos noches ahí, pero ya aunque sea la segunda en una cama.
- ¿No recibió atención médica?
- Paracetamol es lo único que me dieron porque ya tenía muy inflamado mi vientre, toda mi cadera. Lo que pasa es que yo sangré un poquito cuando me pisaron. Me quedé ahí, pues, toda adolorida, y ya se empezó a poner más morado el cuerpo donde nos pegaron. Y luego me inflamé. Éramos tres mujeres muy inflamadas. Las señoras se empezaron a poner igual, todas moradas. Fueron cuatro a los que nos sacaron tempranito a las 6:00 de la mañana. Al señor con el que me agarraron también lo sacaron, pero a los otros no.
- ¿Le fincaron cargos o no?
- Pues… no. Nunca pasé con nadie. Estuve nada más así encerrada.
- ¿No ha averiguado si no le hicieron cargos?
- No. Lo que pasa es que yo firmé un amparo nada más. Yo no sé de qué se trata ese amparo. Según que para salir.
- ¿No ha puesto una denuncia por la tortura que recibió?
- No, no he puesto.
- ¿Por qué?
- Sí, sí quiero justicia. Y más para mis hijas porque sí quedan un poco como traumados, ¿no?, ya con miedo. Más por que aquí cayó de todo, cuetes, bombas, policías por todos lados insultando. Porque los policías, así como dicen, son bien… No tienen educación para mí. Son bien groseros, no respetan a las mujeres. Imagínese, mi hija tiene 13 años y escuchando “puta, te voy a agarrar a ti” y no sé qué tanto.
- Esa es la gente que defiende la ley en México…
- Pues no está bien.
- ¿Sabe algo más del señor del casco?
- No, al señor ya nunca más lo vi. A todos, a los que estuvimos, ya nunca más los vi.
- ¿Algo que quisiera decir?
- Pues que eso es lo que pasó y, nada más, que sí le tengo coraje al gobierno porque yo digo que él dio el permiso para que hicieran eso. Los maestros son trabajadores del gobierno y los policías también. En parte fue una cobardía de los policías de andar aventando esas cosas a la gente. Dicen que en Hacienda Blanca había personas que se desmayaron. Antes yo decía que los policías eran mis héroes, pero ya cuando una vive eso, la realidad es otra.
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