Torturado y encarcelado, uno de los señalados del magnicidio de Colosio cuenta su experiencia

Acusado de ser uno de los responsables del asesinato de Luis Donaldo Colosio, relata en el libro El Segundo Tirador su experiencia como uno de los chivos expiatorios con los que se buscó cerrar el caso del magnicidio. 

Torturado, encarcelado, despojado de sus derechos ciudadanos, uno de los señalados del magnicidio de Colosio cuenta su experiencia de manera injusta, ahora le debe al Estado 18 millones de pesos en concepto de una demanda que perdió en su intento de buscar una reparación a los daños que le causaron de por vida.

1994 fue un año crucial en la historia reciente de México. El levantamiento armado del EZLN, los asesinatos de José Francisco Ruiz Massieu y de Luis Donaldo Colosio, las elecciones presidenciales en las que Ernesto Zedillo resultó ganador y la devaluación del peso en diciembre que dio paso a una de las peores crisis económicas.


Colosio fue asesinado el 23 de marzo luego de haber ofrecido un mitin en una colonia popular de Tijuana. Muchas cosas se empezaron a especular desde entonces. La primera tesis popular fue que el asesinato de Colosio se ordenó desde Los Pinos dadas las diferencias ya evidentes entre el presidente Carlos Salinas de Gortari y el candidato.

Muchos apuntan a que esa separación se dio a partir del discurso que Colosio dio el 6 de marzo en el que pronunció una frase memorable que marcaba una ruptura con el estilo de ejercer el poder durante el salinato: “Yo veo un México con hambre y sed de justicia. Un México de gente agraviada, de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla.”

Durante las primeras “investigaciones” que se llevaron a cabo para dar con los responsables se detuvieron a personas que se encontraban cerca del candidato en Lomas Taurinas: Vicente y Rodolfo Mayoral, padre e hijo, Tranquilino Sánchez y Othón Cortez. Todos fueron absueltos tarde o temprano. Pero el daño ya estaba hecho: torturados, vejados, encarcelados, sin posibilidad alguna de exigir la reparación del daño a un Estado que no acepta una derrota.


Othón Cortez, por ejemplo, a pesar de ser declarado inocente no pudo tener una identificación oficial durante 18 años, razón por la cual no podía cobrar un cheque u obtener un empleo formal. La Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró que su demanda contra el Estado por reparación de daños era “inoperante, inatendible e infundada”, por lo cual el Estado Mexicano exige de Cortez una compensación de 18 millones de pesos en concepto de gastos de abogados.

En El Segundo Tirador (Editorial Flores), Cortez narra todas las vicisitudes por las que ha pasado desde ese 24 de febrero de 1995 en que fue detenido por la PGR, torturado en una oficina de la Fiscalía a cargo de Pablo Chapa Bezanilla (el mismo que acudió a una vidente, La Paca, para dar con los restos de uno de los cómplices de Raúl Salinas de Gortari) y encarcelado durante más de un año en Almoloya de Juárez.

DE PRIMERA NOTICIAS: Othón, ¿cómo era su vida antes del 23 de marzo de 1994?

Othón Cortez: Yo era chofer del PRI desde mucho antes de que ocurriera lo de Colosio. Yo manejaba los autos en donde paseábamos a los gobernadores que visitaban el estado. Empecé como chofer del Comité Municipal del PRI en Tijuana, con Fernando Castro Trenti, ahora embajador en Argentina, luego me pasaron al Comité Ejecutivo Estatal, con Hugo Abel Castro, y luego al Ejecutivo Nacional con Enrique Jackson y Orlando Ruiz.

A usted le tocó llevar a Colosio a todas sus actividades mientras estaba en Baja California.

Así es, cuando él andaba por acá en Tijuana, primero como diputado, luego como senador, después como secretario de Desarrollo Social y luego como candidato del PRI. Tuve un acercamiento muy lindo con él. Sabía que yo era de Salina Cruz, Oaxaca. Ya lo conocía de varios años atrás.

Y ese 23 de marzo dónde se encontraba usted. Explíquenos desde su punto de vista cómo fue ese momento del atentado.

Yo no fui como chofer a ese evento, iba como ciudadano convencido de la honestidad de Colosio. Como en todos los mítines del PRI había mucha gente con sus tortas y sus jugos: la gente acarreada. Aunque siempre hay de todo, acarreados y no, y el que va por convicción. Llegué a Lomas Taurinas, me incorporé al lado de él, lo saludé, me saludó, se subió a un templete que le improvisaron en una caja de una camioneta pick up, la música a todo dar, como se hacía siempre, los discursos iban y venían, termina él de hablar, viene bajando y ponen la música de La Culebra. Ya cuando veníamos bajando yo me pego al lado de él, del lado izquierdo, y vengo lo más cerca que se puede para ayudarlo, para ver qué se ofrecía, pero los jalones, el terreno era muy accidentado, muchas piedras, todos querían abrazarlo. ¡Papacito!, le gritaban las mujeres. Y era un alboroto, una alegría… Yo me doy una vuelta y escucho como dos cuetitos, y cuando regreso la mirada lo veo tirado en el suelo.

¿Escuchó dos balazos?

Dos como cuetitos. De tanto ruido que había, se escucharon como dos cuetes, no se escucharon como balazos. Yo no me di cuenta cuando detuvieron a Mario Aburto. Nosotros nos abocamos a Colosio, a él, lo de Aburto ya lo vi en la película cuando lo llevan golpeando y todo, nosotros nos abocamos a Colosio y de ahí no podíamos salir porque el terreno de esa colonia es accidentado, una sola entrada y una sola salida. A Colosio lo levanta personal de seguridad y nos vamos al hospital general, yo con ellos, no se podía salir, se encajonó por el tráfico y toda la gente que estaba ahí.

¿A usted qué le tocó hacer en ese momento?

Ayudar a despejar a la gente, abrir campo, mover carros. Mientras que otros lo subían en una camioneta, la camioneta en la que él llegó, pero después lo sacan y se lo llevan en una ambulancia, a la Delta 7, pero de todas maneras era imposible salir. Había que mover los carros, había que estar ayudando, había mucha desesperación. Y ya nos fuimos al Hospital General. Bajando de la ambulancia yo le voy desatando las agujetas de los zapatos. De alguna manera levantamos la camilla entre todos porque el Hospital General sólo tiene escaleras. Ya lo estaba esperando el grupo de médicos, entramos y los médicos se lo llevaron.

¿Usted vio a Mario Aburto cerca de Colosio?

¡Para nada! No me tocó ver esa acción, no me tocó ver el cañón ni el disparo. Nada más lo escuché. Escuché dos cuetitos. A Mario Aburto nunca lo vi. No lo conocía.

Mientras el candidato iba saludando gente ¿en ningún momento vio su cara entre las personas que se acercaban a Colosio?

No, no, no. Era un evento con miles de gentes que llegaron de todos colores y era un jaladero, una rebatinga de querer estar cerca de él. Todo mundo quería estar al lado de Colosio.

¿En qué momento usted es involucrado por las autoridades?

Primero detienen a Mario Aburto, luego a los Mayoral, después a Tranquilino, a [Rodolfo] Riva Palacio, a todos los personajes esos los detuvieron y antes de un año resultan absueltos. Pero luego, como sucede aquí en México, hay que agarrar al chivo expiatorio, hay que agarrar al más pendejo. ¿Por qué? Porque el pueblo está hambriento de justicia, quiere saber quién mató a Colosio, qué pasó, no sólo en el caso Colosio, nos ha tocado en otros casos, así se acostumbra, así es la justicia de México. Hay que tapar el hoyo. Que no está Duarte, ¡pues digan que le encontraron 30 millones de pesos en un departamento! ¡Agarren a alguien! Y pues vinieron por Othón Cortez. ¿Por qué? Porque Othón Cortez está cercano. Un año después vinieron por mí.

¿Cómo fue esa detención, en dónde se encontraba, con quién estaba?

Yo me encontraba haciendo mi vida normal. Participé todavía en la campaña de Zedillo. Fui su chofer cuando vino a hacer la guardia de honor en Lomas Taurinas. Yo estaba haciendo mi vida normal, mi esposa es maestra, mis hijos en la escuela. El 24 de febrero de 1995 salí de la casa como cualquier otro día y me detienen en el boulevard Insurgentes de Tijuana. En el carro iban mi esposa y mis hijos chiquitos cuando nos cierra el paso una camioneta Suburban. Me mostraron una orden presentación y yo dije, ah, pues vamos, pero ellos no, cabrón, hágase pa´lla, y bajaron de las greñas a mi mujer, la pasaron al asiento de atrás, me esposaron, me dijeron que me podía pelar.

¿Cuántas personas era?

Eran alrededor de doce, quince personas, en camionetas suburban. A mí me pusieron en medio donde está el freno, con un agente de cada lado. Yo les dije: pues si me van a llevar bajen a mi familia, y unas cuadras más adelante bajaron a mi esposa y a mis hijos, y alcancé a decirle que le informara a mis hermanos, que se comunicara con mi jefa de trabajo, que le dijera a la gente que me había detenido la PGR por el caso Colosio.

¿Adónde lo llevaron?

Pasamos por enfrente de la PGR y yo les pregunté, qué pasó, no se van a parar aquí. No, usted cállese cabrón, me venían insultando. Me llevaron a una casa decomisada que está a un lado de donde ahora se encuentra el estadio de Los Xolos. Todavía logré ver la casa que se ubica en privada de Cortez. Al final se abrió una puerta eléctrica grandota, ahí me metieron, pero luego me vendaron los ojos, me quitaron el cinturón, agujetas, me esposaron. Pura tortura psicológica. Escuchaba voces que llegaban y que decían este es. Ahora soy diabético pero entonces era pre y me oriné en los pantalones. Me iban a sacar por Tijuana pero dijeron no, no, ya se corrió la voz que lo detuvimos, vamos a sacarlo por Mexicali, por Tijuana no porque estos pinches periodistas nos van a echar a perder nuestra investigación. Me llevaron a Mexicali. Al aeropuerto. Escuchaba el sonido de los aviones. Y me llevaron a la Ciudad de México, a la Fiscalía de Insurgentes Sur, la Fiscalía de Chapa Bezanilla. Posteriormente, gracias a la investigación de mi caso que hizo la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, supe todo eso. En el tercer piso de la Fiscalía empieza mi tortura.

¿Qué actos de tortura se cometieron contra usted?

Primero me hablan, me dicen queremos que colabores con nosotros, sabemos que ustedes fueron a matar al licenciado Colosio, que los mandó Manlio Fabio Beltrones y el general Romero García Reyes. Y yo, no señores, no es cierto, y ellos, cállese, y empezaron a torturarme. Me dieron toques eléctricos en los testículos, me metieron alfileres en las uñas, me rompieron el oído, me dislocaron la pelvis, pero no, nunca les firmé, me desmayaba, me despertaban, entraban unos médicos legistas y decían que no tenía nada, me pusieron un abogado que más bien parecía un comandante de la federal, que me iba a ayudar, que nomás firmara para que mi sentencia fuera menor, y no, nunca les firmé que yo y otros habíamos participado en el asesinato del licenciado Colosio. De acuerdo con mi familia me estuvieron torturando dos días. Después me trasladaron a Almoloya de Juárez. Recuero que vi que se abría una puerta grandísima y entramos. Ahí me recibió el director del penal, Sergio Solórzano. Le pedí por piedad que no me torturaran, y me dijo no, no lo vamos a torturar, usted viene detenido pero acá no se le va a torturar, se le va a dar atención, usted va a llevar un proceso, entonces yo les pedí que le hablaran a mi familia y los trabajadores sociales del penal se comunicaron para decirles que ya estaba yo ahí.

¿Hasta cuándo pudo ver a su familia después de su detención en Tijuana?

Una semana después.

¿Y cómo fue el proceso que lo llevó a obtener su libertad?

Fue un pleito tremendo. Eran 33 agentes del Ministerio Público y 103 agentes de la policía Judicial Federal que posteriormente ya no se presentaron. Fueron tres testigos falsos, tres testigos priistas falsos que me acusaron, a los cuales los compró Chapa Bezanilla con 30 mil dólares a cada uno. Jorge Romero Romero, Jorge Almaral Muñoz, María Belén viuda de Romero que medio año después se desistieron, dijeron que sí, que los habían comprado y que no era verdad [lo que testificaron contra Othón], pero el proceso siguió. Fueron audiencias maratónicas, que se fueron desestimando, se fueron desechando, porque los judiciales que me torturaron y que me golpearon y los ministerios públicos que me acusaron ya no se presentaron, ya no los encontraban en las direcciones que ellos tenían.

¿Cuándo sale libre?

Entro el 26 de febrero del 95 y salgo el 7 de agosto del 96. Me aventé un año y medio. Salimos, fui con mi familia a la Ciudad de México a la CNDH porque nos iban siguiendo. En Derechos Humanos me recibe el licenciado Madrazo Cuellar y me da protección. Posteriormente, ya un poco más calmadas las aguas, vamos a mi tierra en Salina Cruz, Oaxaca, a agradecer a la familia, a Dios, y posteriormente regresamos a casa, en Tijuana, que es donde he estado desde aquella salida luchando con la frente en alto para que me regresaran mis derechos políticos. Tiempo después volví a la Ciudad de México y buscamos un abogado para pedir la reparación del daño. Me tuve que poner en huelga de hambre, gritar, llorar, hasta que aceptaron mi demanda en el Juzgado Quinto de Distrito en Materia Civil.

Una demanda contra el Estado.

Así es, una demanda contra el Estado Mexicano por la reparación del daño, por los gastos que hicimos y que nunca me los van a pagar. Pedimos cinco millones de pesos. Al tercer, cuarto año me da contestación la Suprema Corte de Justicia de la Nación y me dice que mi demanda es inoperante, inatendible e infundada. Tres términos que solamente lo saben los abogados. Pero en mi ignorancia creo que yo no me torturé solo ni me metí a la cárcel solo. Ellos me lo hicieron. Y está estipulado en la constitución que hay que pagar la reparación del daño. Pero nadie se quiere hacer responsable, les da miedo. En cambio, lo que pasó fue que me sentenciaron al pago de 18 millones de pesos al Estado a razón de gastos de costas, argumentan, por el juicio que perdí y que ellos gastaron. También dejé de votar 18 años de mi vida. El IFE no me quería regresar mis derechos políticos porque querían que yo les llevara copias de mi sentencia de 75 mil fojas. ¡A 50 centavos cada copia son más de 70 mil pesos! ¡Ya los quisiera yo ahorita! Le pedí al exsecretario de Gobernación Francisco Blake Mora, que en paz descanse, que me ayudara a que me regresaran mis derechos políticos. A los varios meses me llamaron del IFE y hace tres años ya por fin pude volver a votar. Pero ni siquiera podía cambiar un cheque porque no tenía identidad.

¿Y qué va a hacer con esta deuda que el Estado le atribuye?

No tengo dinero. Si quieren venir por mí, que vengan. ¿De dónde voy a tener? Estoy enfermo, quedé mal de una rodilla, quedé mal de un pie a causa de las torturas. La satisfacción que tengo es mi familia, mis hijos y mis nietos y que gracias a Dios tengo un trabajo de guardia en un parque. ¡Son ingratos, son malos, son perversos!

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