Apagaron su vida de un balazo a la cabeza.
Pasó sus últimos días en el norte del país, del lado del golfo, flotaba en un gran tambo de agua helada a la intemperie, si se quedaba dormido se ahogaría entre su propia mierda, su hermana estaba secuestrada a unos cuantos metros, él escuchó cómo la violaron muchas veces, ella escuchó su tormento.
Estando vivo, en la agonía, le cortaron los dedos, picaron sus testículos, le deshicieron un ojo, convirtieron sus órganos en una maraña de carne a base de golpes, le hicieron formar un grito, muchos gritos, que sólo preconizaron su infierno, al final, lánguido, enclenque, como un costal de pulpa podrida que alguna vez albergó vida, apagaron su vida de un balazo a la cabeza, como la concesión graciosa del verdugo que se hastió de jorobar un cuerpo que apenas y respiraba para seguir con otro que aún podría producir lágrimas de pánico, la bala en su cabeza se convirtió en un milagro, en la maravilla de la muerte.
Grabaron todo y lo compartieron con sus enemigos: “para que aprendan a respetar”, para infundir miedo y luego recibir otro video, más o menos igual de macabro, de otro pobre diablo al que se jodieron los cárteles vecinos. Para que aprendan a respetar ya no se respeta nada, ya se fue al carajo la misericordia.
Ese cuerpo y otro y otro y otro y miles más terminaron despedazados en sosa, en ácidos, quemados o reducidos a la nada, al polvo, a la pedacería humana que se busca entre el desierto, a la esperanza de un huesito que aún tenga condiciones de probar una identidad entre los miles de desaparecidos.
Reservo las fechas y los nombres de los testigos que me cuentan la historia, ellos, al menos, tienen la certeza de que las víctimas están muertas y de que sus restos serán imposibles de encontrar.
Sé que hay muchas historias, más o menos parecidas, que están regadas por todo el país y sé que hay varios hijos de puta que están dispuestos a lo más aberrante de la humanidad con tal de ganar territorio y dinero.
rcito, son los cárteles. Y no se les combate con flores.
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