Se acabo la "Pax Sinaloense": CJNG y Cártel de Sinaloa desatan narcoguerra en Tijuana como en los viejos tiempos

Seis células criminales que calle a calle, barrio a barrio, se disputan la venta de droga en Tijuana: 3 células comandadas por El Chan, El Jorquera y El Kieto al servicio de los Arellano Félix; 2 células comandadas por El Aquiles y El Tigre al servicio de Sinaloa, y una célula más integrada por tijuanenses que trabajan ahora para el CJNG. 

Ante la ausencia de grandes líderes operando en Baja California, estos homicidios se dan básicamente entre narcomenudistas sin control.

Tijuana, Baja California.-  Entre enero y marzo de 2017 se han registrado 262 homicidios en Tijuana. Ni en los peores años de la guerra entre el Cártel de Sinaloa y los Arellano Félix, entre 2008 y 2010, se había presentado tanta violencia como la que es palpable hoy en día en la ciudad fronteriza. Sin embargo, a los restos que quedan de la legendaria organización de los Arellano Félix, se suma ahora un nuevo actor inesperado que viene a oscurecer aún más el panorama: el Cártel de Jalisco Nueva Generación, dispuesto a arrebatarle a Sinaloa, ahora enfrascado en su propia escisión interna, el control del principal paso de drogas, dinero, armas y seres humanos entre Estados Unidos y México.


Bastión histórico de la familia Arellano Félix, terreno de paso para muchas organizaciones criminales o narcos independientes que para pasar cualquier mercancía por la ciudad tenían que pagar derecho de piso, ciudad ejemplo del fracaso económico que se proyecta en las hordas de migrantes de México y Centroamérica que residen en sus favelas en espera de una oportunidad para cruzar a Estados Unidos, del fracaso social que se pone de manifiesto en el gran número de consumidores de drogas (sobre todo cristal y marihuana, las más baratas), Tijuana es un microcosmos de la desesperación y la búsqueda por la sobrevivencia.

Y la historia de ese fracaso se remonta a los años ochenta del siglo pasado. Javier Caro, primo de Rafael Caro Quintero, residía en la ciudad como el gran señor de las drogas. A inicios de la década se trasladan a Tijuana los hermanos Arellano Félix, originarios de Culiacán pero con muchos años viviendo en Guadalajara.

De acuerdo con Guillermo Valdés Castellanos en su libro Historia del Narcotráfico en México (Aguilar, 2014), es alrededor de 1984 cuando empiezan a gestarse en la mentalidad colectiva tijuanense los apellidos Arellano Félix. Fiestas, drogas, música a todo volumen, balazos: el pandemónium de los vecinos que deciden mudarse para escapar y esparcen el rumor de esos hermanos escandalosos procedentes de Sinaloa. El mayor de ellos, Benjamín Arellano Félix, se hace del control de las drogas cuando Javier Caro es arrestado en Montreal, Canadá, en 1987.

Tras el reparto de plazas que organiza Miguel Ángel Félix Gallardo desde Guadalajara, Jesús Labra Avilés obtiene el control sobre Tijuana. Decidido a permanecer en las sombras, Labra Avilés le entrega la potestad a Benjamín Arellano Félix para que quede al mando mientras él, desde la oscuridad, controlará los asuntos financieros del cártel y será una especie de presidente de consejo de jefes criminales, asegura Valdés Castellanos.

Por su ubicación geográfica, Tijuana tiene ventajas y desventajas para las organizaciones criminales. Una de sus desventajas es que, a diferencia de Sinaloa, Chihuahua, Guerrero o Durango, no cuenta con terrenos fértiles para la siembra y producción de drogas como la marihuana y la amapola. Su principal ventaja, sin embargo, estriba en su vecindad con el estado de California, la entidad con mayor número de consumidores de droga en Estados Unidos.

Para remediar esas desventajas, dice Valdés Castellanos, los Arellano Félix tuvieron que implementar varias medidas estrictas que garantizaran la permanencia del cártel: en primer lugar, hacerse de proveedores seguros de droga ya que ellos no las podían sembrar; armar todo un sistema de transportes para distribuir la mercancía, para lo cual no sólo necesitaban las unidades sino contar con protección policiaca y militar; hacer ver a todas las demás organizaciones que ellos eran los dueños absolutos de Tijuana y, por lo tanto, cobrar un derecho de piso a todos aquellos que quisiera pasar mercancía a EUA a través de esta ciudad.

Lo anterior, más la ventaja que les daba ser una organización basada en la unidad familiar, en la violencia que ejercían y que paralizó cualquier reacción en su contra, y, un elemento que menciona el autor y que es fundamental para el arraigo que ejercieron en la ciudad: la complicidad social. Todo mundo les abrió las puertas de sus casas y muchos empresarios estuvieron disputados a lavar dinero del cártel, además del reclutamiento que hicieron entre decenas “familias bien” de Tijuana con los famosos narcojuniors de los años 90.

Los Arellano Félix comerciaron con todo: marihuana y cocaína obtenida primero de los cárteles colombianos de Cali y Medellín y después, tras la caída de Pablo Escobar, de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que desde entonces se convirtieron en los principales surtidores de cocaína. La heroína y las metanfetaminas eran importadas desde Asia, muchos antes de que regiones como Guerrero, Jalisco o Sinaloa se convirtieran en algunos de los principales productores de heroína para el mercado estadounidense.

Con el tiempo, los hermanos se apropiaron también de las ciudades vecinas: Ensenada, Rosarito, Mexicali. En esta última, Joaquín Guzmán Loera y el Güero Palma tuvieron que pagarles derecho de piso para seguir pasando la mercancía por la frontera con Calexico.

Jesús Blancornelas cuenta en su libro El Cártel (Plaza y Janes) cómo se fue desarrollando la impresionante red de complicidades que tejió esta organización entre policías municipales, estatales, federales, judiciales, agentes de la PGR, empresarios, etc. Además de algunas anécdotas que sirven para ilustrar el grado de impunidad en el que se manejaban los hermanos. En 1993, el FBI dio a conocer una lista de más de 100 comandantes y agentes de la Policía Judicial Federal que se encontraban en la nómina del cártel como sirvientes que no sólo se hacían de la vista gorda ante sus acciones sino que colaboraban activamente en alguna parte de la cadena de suministro, distribución y envío de drogas. Ese mismo reporte establece que fueron más de mil las personas ejecutadas por la organización de los Arellano Félix.

Sin embargo, a inicios del presente siglo, la estructura del cártel presentó numerosas fracturas a raíz de las detenciones, guerras intestinas, abatimiento de algunos de sus líderes y persecución estatal que, desde Estados Unidos y desde el centro del país, se ejerció contra ellos. Su misma fortaleza, la unidad familiar, fue, con el tiempo, su principal debilidad.

Ramón Arellano Félix murió el 10 de febrero de 2002 en la zona dorada de Mazatlán, abatido por policías ministeriales que presuntamente actuaron bajo las órdenes de Joaquín El Chapo Guzmán ante la amenaza de que Ramón buscaba asesinar al Mayo Zambada.

El 9 de marzo de 2002 fue detenido en Puebla Benjamín Arellano Félix por agentes del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales, GAFES, mientras se encontraba con su esposa e hijos.

Francisco Javier Arellano Félix, El Tigrillo, fue detenido en 2006 por la Guardia Costera de Estados Unidos mientras se encontraba a bordo de su yate pescando en aguas internacionales frente a las costas de Baja California. En 2007 fue condenado a cadena perpetua por crimen organizado y lavado de dinero.

Eduardo Arellano, El Doctor, fue detenido luego de un enfrentamiento con la policía en Tijuana en octubre de 2008 y extraditado a Estados Unidos en 2012. Mientras que Rafael Arellano Félix, de 63 años, fue asesinado en octubre de 2013 durante una fiesta infantil por un sicario vestido de payaso.

A partir de 2010, la violencia en Tijuana se redujo considerablemente. Desde la versión oficial se dicen que fueron dos los factores que ayudaron a este nuevo escenario: los operativos para detener a los líderes durante todo el sexenio de Vicente Fox y los primeros años de Calderón, y la llegada a la Secretaría de Seguridad Pública de Tijuana del general Julián Leyzaola, cuyos operativos nocturnos a bordo de unidades militares blindadas para detener a cualquier sospechoso, fueron objeto de críticas por parte de organizaciones de derechos humanso.

Otra versión, que se complemente con las dos anteriores, menciona a la Pax sinaloense impuesta por El Chapo Guzmán, quien, indirectamente ayudado por las fuerzas federales con abatimientos y detenciones del cártel tijuanense, logró hacerse con la casi totalidad del control sobre la ciudad. De los Arellano Félix ya no quedaba más que una disminuida sombra de lo que llegó a ser en los años noventa.

Datos oficiales de la Secretaría de Seguridad Pública de Baja California dan cuenta de esta variable en el número de homicidios: 2010 fue el año más violento anterior a la actual racha con 688 homicidios dolosos. A partir de ese año el número comienza a decrecer: 418 en 2011 y 332 en 2012. Esta disminución sirvió para que en su último año de gobierno, Felipe Calderón pusiera a Tijuana como ejemplo de que su estrategia contra el crimen organizado había funcionado. En 2011, Julián Leyzaola llegó a Ciudad Juárez, entonces la más violenta del mundo, para intentar replicar lo que hizo en Tijuana: sustitución de mandos policiales civiles por militares.

Los números de homicidios se mantuvieron estables hasta 2015, cuando el número de ejecutados se volvió a elevar a los niveles de 2010: 612 homicidios en 2015 y 871 en 2016. 

Para Isaí Lara Bermúdez, editor del Semanario Zeta de Tijuana, esto obedece a la entrada en escena del Cártel de Jalisco Nueva Generación en asociación con lo que queda de los Arellano Félix, ambos en contra de las células de Sinaloa.

“Disminuido, arrinconado por el Cártel de Sinaloa en el sexenio de Calderón, ahora en este administración con el gobierno estatal de Francisco Vega de la Madrid, el Cártel de Jalisco nueva generación se hace notar en Baja California”, comenta en entrevista con De Primera Noticias.

La PGR menciona al menos seis células criminales que calle a calle, barrio a barrio, se disputan la venta de droga en Tijuana: 3 células comandadas por El Chan, El Jorquera y El Kieto al servicio de los Arellano Félix; 2 células comandadas por El Aquiles y El Tigre al servicio de Sinaloa, y una célula más integrada por tijuanenses que trabajan ahora para el CJNG. Ante la ausencia de grandes líderes operando en Baja California, estos homicidios se dan básicamente entre narcomenudistas sin control.

El discurso de las autoridades municipales y estatales, mientras tanto, sigue la misma línea: “son pleitos entre ellos”.

“Queda claro que la mayoría de los homicidios son entre rivales, entre gente que vende droga, pero tú como autoridad no puedes decir eso a manera de justificación”, comenta Lara Bermúdez.

Mientras que para los distintos niveles de gobierno no hay un posicionamiento oficial, asegura, al contrario, hay un silencio institucional, una especie de demencia, como si no pasara nada, como si no hubiera una realidad que está aterrorizando a toda la sociedad porque los enfrentamientos son en cualquier lugar, a cualquier hora del día, lo mismo en la calle principal de la ciudad que en las plazas y en los barrios bajos de la periferia.

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