CRÓNICA. El día de la fuga fallida del “Mayito Gordo”

La avioneta Cessna hizo un sobrevuelo por la ciudad esperando la pista de aterrizaje. Además del piloto, seis hombres de origen estadounidense ocupaban los asientos de la aeronave, que por fin logró tocar tierra en el Aeropuerto Internacional de Culiacán antes del mediodía.

Por poco, los gringos pasaban desapercibidos por los hangares, pero hubo quienes los observaron. Hablaban inglés. Algunos tenían nombres anglosajones y otros más hispanos, pero no dejaban de tener ese acento perfecto. Una bitácora registra estos datos y la matrícula de la nave.

Pasaron por el aeropuerto y se perdieron en vehículos que fueron devorados por la ciudad de asfalto.


En el Ranchito La Estancia de los Burgos, la Cessna no pasó desapercibida. Durante esa mañana, los pobladores observaron que planeó por tres ocasiones por encima de los cerros más altos que rodean la comunidad, y se perdió en la lejanía después de dar tres vueltas.

A ninguno de los hombres, ni mucho menos a al jefe de pistoleros, les pareció esa mañana inusual que una aeronave sobrevolara el valle que se pierde entre cerros y llanitos, al oriente de la sindicatura de El Salado.

Nada más avisaron por los radios de frecuencia, como forma de prevención, pero nadie se movió, mucho menos el jefe, acostumbrado a ver pasar militares por sus narices. Dejaron que el día transcurriera habitualmente.

Unos días atrás, en El Dorado, los infantes de Marina realizaban operativos que concluyeron con el asesinato del menor de edad Miguel Ángel, que la mañana del 6 de noviembre paseaba en su motocicleta por las calles de la colonia Aviación.

Por diversas frecuencias de radio, los halcones alertaron en todo Culiacán que “los del agua regresaron al nido”, refiriéndose que los elementos de la Secretaría de Marina Armada de México volvieron a tomar de campamento provisional una parte de las instalaciones del Parque Millán Escalante. La tensión en la ciudad se dejó sentir.


La entrada para los vehículos, Ranchito de los Burgos.

Miércoles 12, al mediodía

Unas 27 rápidas de la Marina pasaron a alta velocidad por el bulevar Emiliano Zapata en horas de la mediodía. Las frecuencias enloquecieron. Nadie sabía de qué se trataba.

En otros puntos de la ciudad se reportó movimientos inusuales. En el fraccionamiento Santa Fe hubo reportes de operativos, en Navolato y en Villa Universidad, en donde elementos de una Base de Operaciones Mixtas Urbanas detectaron dos camionetas Suburban negras blindadas.

Las persiguieron. Cerca del Botánico los hombres, que iban armados y vestidos de civil, se detuvieron. Se identificaron ante los militares como infantes de marina.

“Están haciendo 7-4”, informaron a C-4 agentes federales, clave que significa que estaban investigando alguna novedad, de la que, desde luego, no formaban parte las corporaciones locales.

Las Suburban se marcharon… Por la tarde, se soltó el rumor que Ismael Zambada Imperial, “el Mayito Gordo”, había sido detenido junto con su primo Eliseo Imperial, alias “el Cheyo Ántrax”, y otros cuatro hombres. Sus apodos: El Tigre, pistolero; Francisco, El Pariente; Esteban, originario de La Estancia de los Burgos, y Ramón, amigo entrañable de Ismael “el Mayo” Zambada.


El Mayito Gordo.

Miércoles 12, por la mañana

Una noche antes, Ismael Zambada Imperial arribó a la casa que se alza en el centro de El Ranchito de Los Burgos, de donde su madre, doña Margarita Imperial y su tío, don Eliseo Imperial son originarios. Eliseo, padre del Cheyo Ántrax, su más fiel guardaespaldas. Su “soldado imperial”.

Al Mayito le gustaba ir de vez en cuando a pernoctar, lejos del tráfago de la ciudad, comentaron algunos habitantes. En ocasiones, pero muy raras, hacían fiestas en el lugar. No es una casa lujosa, más bien discreta, con dos entradas. Una por la calle principal del pueblo en donde se guardan los vehículos, en un estacionamiento techado. La otra con una entrada que da para el monte, contigua a un sembradío de frijol que crece entre mariposas atraídas por la humedad.

Ahí al fondo se deja ver una palapa y una mesa con sillas alrededor. Es el lugar para la plática y la pistiada.

“Últimamente había estado viniendo a dormir seguido y por las mañanas se iba con su gente, era muy tranquilo, aquí lo queríamos porque ayudaba a la gente”, comenta un vecino del pueblo.

A las 8 de la mañana, el rotor de tres “boludos” rompió la tranquilidad del valle. Por radios, dieron la voz de alerta de que se pelaran, pero aparentemente el Mayito y sus hombres decidieron esperar.


Cheyo Ántrax.

“Les avisaron que venían, pero no se quisieron mover, hasta que ya vieron los boludos cerca”, narran.

Para confirmar la presencia castrense, se subieron a la góndola estacionada en el patio trasero de la casa, de techos y puertas blancas. Desde ahí, vieron que los helicópteros avanzaban rápido.

Fue cuando Ismael Zambada y sus hombres no tuvieron otro camino que emprender la huida. Unos tomaron camionetas y a como pudieron intentaron alcanzar las brechas y caminos; otros más decidieron, una vez que las 20 rápidas de la Semar y varios vehículos civiles cerraban la pinza, escapar a pie a través de los montes.

El pueblo se conmocionó. Otros guardaespaldas del Mayito, ya cercados, se introdujeron en domicilios. El pequeño pueblo se transformó en una revolución, batir de hélices y calles inundadas de camionetas oficiales y elementos con armas. Desde un “boludo”, cuentan los pobladores, lanzaron disparos, más como forma de intimidación que para matar a alguien.

Uno de los pistoleros se metió a una casa contigua a la de Zambada, para intentar pasar como lugareño, pero fue capturado por la Marina. El Tigre corrió con más suerte. Se refugió en otra casa y ahí se escondió debajo de la cama.

“Los marinos no se metieron a las casas, nada más a la del Mayito, por eso unos se escondieron en las casas”, dice otro poblador.


Vista de patio y palapa de casa donde pernoctaba el Mayito

Zambada Imperial y el Cheyo Ántrax alcanzaron el monte. El patio de la casa, con un porche con una pequeña palapa y columpios y palancas en el jardín, da a las afueras del ranchito.

Escaparon entre breñales. Desde Copaco les habían avisado que los esperarían en camionetas para trasladarlos a través de los caminos hasta alcanzar Sanalona.

Pero no llegaron al destino. Al arribar primero a Palos Blancos, justo frente al pueblo, los infantes de marina esperaban. Ahí los capturaron.

El operativo continuó en el Ranchito de los Burgos. Junto con las unidades oficiales, iban una camioneta Tahoe color negro, una Suburban y una Equinox. Ahí iban hombres vestidos de civil que se introdujeron al domicilio de Zambada. Según narran algunos habitantes, eran gringos.

Por horas estuvieron requisando la casa, y los vecinos informaron que arrasaron con todo, muebles, motocicletas y vehículos. Las unidades que no se pudieron llevar, comenta un joven que apenas tiene un ligero bozo, fue porque no tenían las llaves.

A media mañana, las cosas se relajaron en la comunidad. El Tigre permaneció escondido en una casa. Al caer la noche, el jefe de pistoleros logró comunicarse con él a través de unos familiares. Le dio una orden: baja a la Palma, de ahí lo sacarían.

El Tigre salió en una camioneta civil conducida por un familiar. Iba escondido para evadir la presencia de los marinos, que todavía aguardaban en la zona. Al parecer, inteligencia naval interceptó las comunicaciones, porque cuando El Tigre llegó a La Palma, ya lo estaban esperando. Fue el último en ser detenido.


Entrada a El Álamo.

Jueves 13: epílogo

Para llegar al Ranchito de los Burgos, primero hay que pasar por El Álamo, el pueblo natal de El Mayo Zambada. El visitante es recibido por un letrero azul y color melón, que le da la bienvenida.

Aquí termina la carretera que viene de El Salado, construida con recursos del “megapréstamo”. El visitante es recibido por un camino empedrado y cuyas bardas fueron construidas con ladrillo rojo y palo de Brasil.

Es más el mito de un pueblo intocable, altamente vigilado por los halcones del cártel, por ser el territorio que día y noche cuidan para los Zambada, pues aquí está una de las fincas familiares, en otro tiempo cateada de vez en cuando por la Marina.

La última vez que se supo que fue “visitada” por los marinos en enero de 2009, cuando doña Rosario Niebla Cardoza denunció públicamente el cateo ilegal. Dijo que los elementos habían sustraído álbumes familiares.

Se toma el camino a izquierda para ir al Ranchito de los Burgos. La casa del Mayito no es la única de los Zambada. Tienen varias regadas en otros pueblos, dice un morador.

Los primeros informes de la detención del Gordo fue que también se encontraba su padre, el Mayo Zambada acompañado de otro de sus hijos, Ismael Zambada Sicairos, el Mayito Flaco.

Pero la gente del pueblo lo comenta: “el patrón nunca se deja ver por estos lados, a diferencia del Mayito, pero sabemos que por ahí anda”.

La sombra del Mayo viejo es fuerte aquí. Por más que uno pregunte, los pobladores no hablan de él. “Para acá nunca viene”, dicen, o evaden hablar de él.

“El Gordo aquí sí venía, de aquí es su mamá, los Imperiales de aquí salieron”, dice otro habitante.

Por estos ranchos perdidos entre veredas y cerros que enverdecen al llegar el tiempo de aguas, el Mayo conoció a Margarita Imperial un día de hace años, cuando su padre se llama don Pedro Zambada. Pero esta historia ya se contará en otra ocasión.

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