El panteón de los Templarios; en procesión, whisky Buchanan’s y Banda asta la tumba

Hace dos o tres años, la angosta carretera que pasa por el cementerio municipal de la capital de la Tierra Caliente resultó insuficiente. Cada día, esta ciudad de no más de 120 mil habitantes, asistía al cortejo fúnebre de alguno de sus hombres o mujeres jóvenes muerto en la víspera.

Aquí gobernó Nazario Moreno, El Chayo o El Más Loco, el sanguinario líder del cártel que hizo de su organización criminal un movimiento sincrético de narcotráfico, extorsión, política, protestantismo evangélico

El asesinato se ha convertido en una forma rutinaria de morir y las pompas fúnebres exigidas en Apatzingán son la procesión a pie de los dolientes con una banda de viento detrás tocando algún narcocorrido hasta una discreta tumba o un mausoleo con parrilla para asar carnes y aire acondicionado. Aquí, en la capital de los Caballeros Templarios de Michoacán, hay quien supone que el infierno se enfría con un minisplit.


Por eso se construyó el tercer carril adyacente al de ida hacia el camposanto, para que sólo fueran a vuelta de rueda las Navigator, las Gran Cherokee, las Hummer, las Lobo o las Escalade participantes en la procesión. Todo terminaba y termina con las canciones preferidas del muerto y un chorro de whisky Buchanan’s sobre la tierra aún floja.

–Hace unos días –dice un enterrador– la banda que le cantó al primero de los dos hermanos [apellidados Serafín] descabezados en Uruapan estuvo dos horas tocándole las meras buenas– subraya con gesto de satisfacción por el derroche de tiempo. –Todo el rato estuvo el grupo cantando en el crematorio, mientras lo incineraban.

–No lo incineraron –interviene el administrador del cementerio, Víctor Hugo Gómez, un hombre joven con camisa crema de lino, modales educados y acento ajeno al de uso popular en la zona. –El crematorio está fuera de servicio. Hemos tenido… Hemos tenido mucho trabajo últimamente y el incinerador está en mantenimiento por el desgaste de los empaques del horno.

–¿Y qué hace la familia del muerto en estos casos, es decir, qué hace sólo con la cabeza?

–Bien. Nosotros ofrecemos una tarifa de cremación de 2 mil 950 pesos por un cuerpo completo. En el caso de… de miembros amputados es de 584 pesos. Aunque, como el crematorio está fuera de servicio, en casos como este las personas suelen enterrar sólo la cabeza en un ataúd completo.

Por varias partes del cementerio, albañiles van y vienen con materiales de lujo para recubrir y pintar tumbas que ocupan 16 lotes regulares.

–Esas están más chingonas que mi casa –comenta un hombre de las autodefensas levantadas contra los Caballeros Templarios en referencia a dos construcciones, una de color rojo quemado con cúpula, pilares romanos y un ángel custodiando la fachada frente a otra de paredes verde limón. –Parece el muestrario de la Comex –dice con tono ácido. –En Apatzingán, cada estrella que perdían los hoteles, la ganaba el cementerio.

–¿Se les está cargando nuevamente la cantidad de trabajo?

–Mire alrededor: otra vez tienen mucha chamba los albañiles.

–¿Y aquí están enterrados personas de todos los equipos?

–¡Seguro! Por ahí está la tumba de un cabrón que mató al de la tumba de al lado –tercia el sepulturero. – ¡Mire! –y camina con pasos rápidos y cortos entre los andadores de cruces con sus botas obreras manchadas con el cemento de quién sabe cuántas sepulturas de sicarios. – ¡Mire! –asoma su cabeza de tuza entre los barrotes de una obra de color amarillo chillante y clava la vista en el dibujo de líneas negras de un hombre con cejas gruesas y bigote y barba bien recortados al que, con intención de perspectiva, le hicieron un ojo más pequeño que el otro, pero con las pupilas iguales y sin darle fuga a ese lado de la cara, así que luce un tanto cubista. – ¿Ya vio quién es? –se emociona el enterrador.

–¿Javier Solís? –se le responde en alusión al cantante de música ranchera por aquello del bigotito delgado, pero el enterrador hace una cara de extrañamiento.

– ¿Hay que echarli muchis ganas a la imaginación? –interviene con su natural acidez el autodefensa y propensión a declinar las palabras hacia la i, característica de la acentuación regional.

–¿Jesús Malverde? –el administrador se aproxima al referirse al bandolero de culto religioso por algunos narcotraficantes de Sinaloa.


–¡No! ¡Es San Nazario!

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