En el negocio del placer un negocio que en México es manejado en su mayoría por el crimen organizado y la política, donde los excesos, drogas y alcohol y la trata de blancas son el pan de cada día, te presentamos la historia de una joven que teniendo todo familia, hogar y estudios decidió envolverse en este mundo.
Uno de los pocos remakes de películas que me gustan es el de Lolita, de Adrian Lyne. Claro, pocas películas en el mundo le llegan a los talones al trabajo de Kubrick, eso queda claro.
Adrian Lyne hizo su versión de Lolita en 1997, 35 años después de la de Kubrick, y aunque era bastante fiel a la original, creo que si hubieran hecho un remake inspirado en las problemáticas de esos años, se hubieran podido basar en mi historia. Lolita era una adolescente de buena familia que por las perversiones del destino terminó muy mal y entre ese esquema y el mío, no hubo ninguna diferencia.
Tenía planeado bailar sólo seis meses, pero bailé poco más de tres años. La gente piensa que la teibolera es una chava guapa como de 24 años que se está pagando la universidad con lo que gana bailando, pero la verdad es que la teibolera que está estudiando la universidad pertenece al uno por ciento de la comunidad stripper, y que sólo el .5 por ciento realmente se gradúa y como se dice en el ambiente, "se retira". El 99 por ciento de las teiboleras, es un mix de mujeres con hijos paridos a una tempranísima edad, muchas veces extranjeras —dependiendo del tipo de téibol—, y en general son mujeres bastante ignorantes. La mayoría tiene pareja, que usualmente es su cliente (que a su vez está casado), o es otro estríper (sea hombre o mujer) y en el caso de que la pareja sea masculina y no sea un cliente o un estríper, es generalmente un mantenido que le ayuda con todo lo que se les pueda ocurrir. Es un ambiente más bien oscuro, todos los perfumes y el glamour que se ve en las películas, se queda en las películas y en las ocho o diez horas diarias que pasan dentro de esos locales con luces neón.
Mi historia es un poco diferente, no hay hijos y no necesitaba pagarme la universidad, además de que soy mexicana. Estudié en un colegio católico francés casi toda mi infancia y adolescencia. Mi mamá era una mujer mocha y muy ortodoxa, además de ignorante —eso sólo para corroborar que la ignorancia puede estar presente en dosis muy fuertes en la alta alcurnia.
Durante mi adolescencia fui a siete fiestas, más o menos, y de seis pasaron por mí a las 11 de la noche. En general, la pasaba sentada con algún conocido cuando la fiesta todavía estaba bastante vacía. Tenía prohibido fumar y tomar, así que siempre tenía un juguito de uva en la mano. Para mis amigos era la clásica niña santurrona.
Desde los diez años, el único sueño erótico que tuve fue escaparme de la casa. También me atraía mucho la macabra idea de morir en los brazos de mi madre, gracias a una de las múltiples golpizas "educacionales" que me propinaba.
A los 17 años estaba harta de mi vida controlada y sobreprotegida por mi madre. Sabía que si me tenía que ir de la casa, tenía que tener una estrategia y que el tiempo estaba contado: 365 días. Insistí hasta el cansancio para que mi mamá me dejara trabajar, cosa que me había sido rotundamente negada hasta ese momento. Tuve la oportunidad de trabajar en el departamento de contabilidad de una multinacional, gracias a un amigo de la familia. Trabajé ahí alrededor de ocho meses hasta que me despidieron en un recorte de personal.
El destino es una cosa fascinante. El día que retiré parte de mi liquidación del cajero, estaban dos colegas de otro departamento en frente de mí y a su vez, frente a ellos estaba una mujer alta, de cabello rubio platinado que le llegaba hasta la cintura.
—¿Viste el saldo de esa vieja? Era como de cien mil varos —dijo uno.
—Seguro trabaja en el Solid —respondió el otro con una naturalidad académica.
La palabra "Solid" volvió a aparecer en el periódico mientras buscaba trabajo desesperadamente. Era un anuncio mucho más grande que los demás, tenía la imagen en blanco y negro de una mujer muy atractiva y decían solicitar edecanes de 18 a 35 años, de buena presencia y con una frase que despertó mi curiosidad: "Alto criterio y absoluta discreción". No tenía idea de qué significaba esa frase, pero algo me decía que no podía preguntárselo a mi mamá.
Decidí llamar. La mujer que me entrevistó mostró mucho entusiasmo al saber que era mexicana. Me dijo que era un club muy exclusivo, que abría de 2PM a 2AM de lunes a viernes y que si quería más información, tenía que ir en persona. Por más ingenua que pudiera ser, sabía que todo esto tenía que ver con sexo. Cuando me escuchó titubeante agregó que las chicas ganaban un mínimo de 30 mil pesos mensuales y que el primer turno era de 3PM a 11PM. Creo que esto último lo mencionó por alguna intuición que tuvo gracias a mi voz. Fue entonces cuando decidí confesarle que no tenía 18 años, que me faltaban todavía como tres meses para cumplirlos. Ella me preguntó si me veía muy joven, a lo cual respondí ventajosamente. Me citó a las dos de la tarde del día siguiente.
Al otro día estaba montada en un taxi en camino a la colonia Chimalistac, al sur de la Ciudad de México, cagada de miedo. "¿Qué estás haciendo, Ahtziri? ¿Qué-chingados-estás-haciendo?", eran las preguntas que mi cerebro producía en loop. Cuando le dije al taxista exactamente a dónde iba, me preguntó si era bailarina y de repente me sorprendí a mí misma respondiendo con orgullo que sí. Bajé del auto y él taxista me gritó: "¡Que Dios la bendiga!"
En la entrada, le dije tímidamente al tipo de la puerta que venía por el anuncio del periódico, sonrió divertido y me dijo que la entrada del personal estaba por atrás. Toqué una pequeña puerta en la parte posterior del lugar y me abrió una mujer policía.
—¿Qué se te ofrece, mija? —me dijo dando casi por sentado que estaba ahí por casualidad, cosa que me hizo sentir terrible.
—Vengo a una cita con Mami Margarita— respondí.
¿Por qué "Mami"? Me pregunté desde el día anterior. Con el tiempo aprendí que las mamis son unos divertidos personajes que se encargan de ayudar a las bailarinas en casi todo lo que se les ofrezca. Desde pedirles comida, plancharles la ropa, hablar con el DJ y hasta lavarles las tangas.
Pues ahora sí que hasta en las mamis hay razas, y Mami Margarita era la de jerarquía más alta, pues se encargaba de contratar, regañar y supervisar los camerinos, detrás de un escritorio que se encontraba en medio de éstos.
De hecho, lo primero que me encontré al subir las escaleras fue ese escritorio. Cuando levanté la cabeza, todo el camerino se quedó congelado. Ella tenía una cara de sorpresa y las bailarinas me observaban detenidamente y hablaban entre ellas. Guau, me di cuenta que nunca me habían viboreado en checo o húngaro.
—¡Te ves muy chiquita!— dijo un poco frustrada —tengo que hablar con El Jefe.
—Ya valió madres— pensé.
—Siéntate aquí al lado— me dijo una mami enternecida.
El lugar estaba dividido por esta zona de control en dos partes. De lado izquierdo, estaba una pequeña estética con un vidrio de cristal que te permitía ver el interior, donde se encontraban un masajista, un maquillista y un peinador, todos rigurosamente gays. En frente, se encontraba una ventanilla diminuta polarizada que te permitía comunicarte con los DJs, que eran dos y no eran gays. La estética y la cabina estaban separadas por un pasillo que te llevaba a los baños, a la caja donde se cambiaban los boletos por dinero y a la oficina del jefe. Ese día, sólo conocí el lado izquierdo.
Mami Margarita colgó el teléfono, tomó unas llaves del escritorio y me pidió que la siguiera. Nos dirigimos a la oficina del jefe. Fue uno de los momentos más tensos que experimenté ahí. Era una oficina pequeña y escuálida con fotos de viejas en pelotas. Cuando entramos, él estaba concentrado en unos documentos que tenía sobre el escritorio. Era un tipo muy grande, de al menos unos 120 kilos. Levantó la vista, sonrió sin inmutarse y me preguntó:
—¿Cómo te llamas?
—Ahtziri.
—Ya sé— dijo riendo —¿cómo te vas a llamar aquí? Tienes que escoger un nombre, ¿sabes?
–Frida, me voy a llamar Frida.
No soy muy fan de la Kahlo, pero hasta ese momento no había visto ninguna mexicana y pensé que ese podía ser mi signo de distinción.
—¡Me encanta! —dijo satisfecho mientras veía a Mami Margarita que sonreía orgullosa de su pequeño mérito. —Mañana tienes que estar aquí a las 11 de la mañana para que el contador te acompañe por una licencia.
Aunque quería, no pregunté nada más, pero al otro día lo entendí cuando estábamos en una oficina de la Secretaría de Transportes y Vialidad [SETRAVI] tomándome unas fotos y llenando una solicitud donde yo decía haber nacido un año antes. Después de esto, pedí una semana para organizar mi vida.
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