Los niños del narco

Su madre la inició en la delincuencia organizada, luego de participar en secuestros de maestros en Torreón con Los Zetas. 

Las dejaron tiradas sin vida a un lado de una plaza comercial y con el torniquete en el cuello. Elizabeth era el nombre de las dos, la madre de 37 años y la hija de 17. El cuerpo de cada una fue la trampa, luego, ya en el lugar, llegaban junto con los hombres armados, las amenazas y la extorsión. Simplemente fueron el señuelo, la presa.


La hija parió por primera vez a los 14 años; aprendió a clonar las tarjetas y hacer los secuestros, se aleccionó rápido en los delitos. Después de que encontraron sus cadáveres metidos parcialmente en bolsas negras, los familiares reconocieron los cuerpos y se fueron de la ciudad.

Para el narcotráfico son la mano de obra barata, sicarios de frente sin experiencia, cuerpos para colgar en las esquinas de las colonias: “halcones” que se hacen pasar por adolescentes comunes y muchachas violadas en territorios rivales. Niños y jóvenes son importantes para la estrategia comercial y de guerra.

La delincuencia organizada enraizó en México y en las generaciones que crecen y nacen después de 2000, cuando comenzó la mutación y proliferación de cárteles y capos. El territorio nacional se fracturó y la infancia quedó vulnerable.

Mientras, especialistas analizan si los menores de edad son susceptibles a imitar a los narcos o no, en la sierra, en las colonias populares y en las pequeñas poblaciones del país, hay niños explotados porque ni sus padres ni el Estado les ofrecen una salida.

LA MODA DE LOS SICARIOS

Lo encontraron “navajeado” en el corral. Su primo Juan fue obligado decir la verdad antes de irse de Miguel Auza, en Zacatecas. “Lo maté y lo escondí entre la paja, tío”, confesó y la llamada telefónica terminó.

Apenas iba a cumplir 11 años cuando Los Zetas le ofrecieron un buen sueldo de matón. Y lo hizo. El muerto tendría que ser de su familia. Era su compañero de travesuras en el pueblo, y como si se tratara de un juego, lo apuñaló una y otra vez.

Los padres de Juan no pudieron entrar al velorio de su sobrino. Aunque la puerta estaba abierta. Quedaron “apestados” en todo el pueblo. Sobre Juan no hay noticias desde ese día. Se graduó de “halcón” y se volvió sicario.

Luego que los capos de la delincuencia organizada se enfrentaran a sus antiguos socios o a nuevos rivales, ciudades como Tijuana, Ciudad Juárez y algunas de Sinaloa protagonizaron entre 2007 y 2008 altas estadísticas de muertes de menores de edad, entre los 15 y 17 años, tiempo en el que en las lindes criminales son parte del frente armado, según los especialistas.

En ese periodo, según la estadística de tasas de homicidio de la Secretaría de Salud, Baja California subió de un 8.33 hasta 24.3 por cada 100 mil personas, en este rango de edad, incrementando a 291.7%; en Chihuahua, dónde pasó del 12.6 hasta el 45.95, aumentó el 364% y en el estado de Sinaloa, donde pasó de 3.13 hasta 17.01, se produjo un incremento del 543%.

Ella sobrevivió al cambio de poder del Cártel del Golfo a Los Zetas. Se supo mimetizar y pago con favores sexuales su continuidad en el narcomenudeo en los límites de Tamaulipas y en la plaza de Zacatecas. Juana fue conocida como una mujer con buenas relaciones con el narcotráfico.

A Humberto, su sobrino, todavía lo recuerdan por ser amigable. En el carisma escondía la muerte. No había terminado la preparatoria cuando la jerarquía del narco llamó su atención y su bolsillo. Y para un pueblo, dos cabecillas era demasiado. Encontraron a Juana muerta, aunque la familia lo negó. El nuevo rango de su sobrino lo delataba.

Matamoros fue su tumba. Interceptaron el convoy en el que viajaba. A fuego cruzado lo sentenciaron. Su cuerpo fue parte de la noticia principal en los telediarios por la cantidad de muertos que hubo en esa refriega. Regresó a su pueblo con la misma pistola, pero sin alma; se la llevó el plomo.

Cuando mataron a Juan Carlos en la sierra de Sinaloa tenía 16 años y dos posesiones: las llaves de una camioneta Ford Lobo y un cuerno de chivo que no le alcanzó para defenderse en una emboscada que tendieron al grupo de sicarios con los que andaba.

Su padre lo llevó a trabajar en la brigada para la construcción de carretera alimentadora de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT), pero al paso de los días las ausencias del chico se hicieron más prolongadas. Se abría la herida paterna. Lo encontraron muerto en un paraje, debajo de una pequeña cañada.

El estilo de vida narco se aprende como cualquier otro tema, según la psiquiatra Helen Morrison, autora del libro Mi vida con asesinos seriales. Los menores que son mayores a cinco años y son testigos de las agresiones o a la forma de vida de los delincuentes, lo imitan simplemente por verlo, porque no hay un juicio entre el bien y el mal.

En contraparte, Juan Martín Pérez García, presidente de REDIM, asegura que no hay registro científico de que los niños o adolescentes imiten actitudes del mundo del narcotráfico, más bien se insertan en esa vida por asuntos comunales o familiares; si una persona cercana forma parte de las lindes delincuenciales, es factible que entren a las filas del crimen organizado.

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