¿Qué se siente matar a alguien?

El peor momento de mi vida fue una noche del verano de 2014, alrededor de las 9:30PM. Iba en mi coche de regreso a casa. 

Tomé una ruta que atravesaba una parte de la ciudad llena de clubes de estripers y hoteles baratos que casi siempre está muy oscura. 

Iba a dar vuelta en la esquina y de pronto vi a un anciano de entre 50 y 60 años, con cabello gris, alto.  Mierda, le voy a dar, pensé y toqué el claxon.

Tuvo tiempo para correr pero siguió caminando al mismo paso. Entonces pisé el freno y traté de girar, pero de todos modos lo pegué. 

En menos de un segundo escuché el rechinido de los frenos, el sonido de vidrios rompiéndose y un golpe seco en el metal.


Me bajé del auto inmediatamente para ver si el anciano se encontraba bien, pero estaba inconsciente y tenía la pierna derecha destrozada. Se detuvieron otros automovilistas y uno de ellos corrió a preguntarme en qué podía ayudar. Le dije que llamara al 911.

Después, ya en casa, entró una llamada y mi papá contestó el teléfono. Era la policía. Querían avisarnos que el hombre había muerto. En los días siguientes traté de seguir con mi vida cotidiana y de no contárselo a nadie. Pero mi madre le contó a toda mi familia. Como la boda de mi hermana se celebró dos semanas después, todos mis familiares se acercaron a abrazarme y a decirme que no había hecho nada malo. Lo único que quería era que todo volviera a la normalidad. El problema con tratar de olvidar es que no puedes hacerlo cuando más lo necesitas. Todos los días pienso en ese hombre. ¿Qué estaría haciendo en este momento si yo no hubiera estado ahí esa noche?

Me acusan de conducir en exceso de velocidad pero mi caso aun no llega a la corte. Esa noche aprendí que nunca hay que cruzar la calle de forma imprudente. En serio. Sólo hay que cruzar en el lugar indicado y cuando es seguro.

El soldado

Vengo de una ciudad pequeña. Me gradué de la preparatoria en 2005 y como estaba lleno de testosterona, decidí entrar al ejército y participar como voluntario en el pelotón de reconocimiento. Estos tipos viven con una actitud de "Somos mejores que tú porque lo hacemos por gusto". Esta clase de actitud genera una mentalidad similar a la que se tiene en preparatoria, donde nadie quiere ser el último en perder la virginidad. Nos peleábamos para ser los primeros en disparar y matar. Nadie se ponía a pensar cómo nos sentiríamos al momento de quitar una vida o después.

La primera vez que maté a alguien fue el 9 de mayo de 2007, un día antes del Día de la Madres. Recuerdo que estaba con el líder de mi equipo y mi compañero de cuarto. Estábamos vigilando a unos tipos que tenían un mortero escondido. Cuando el primer sujeto se levanto, reaccioné como cuando practicábamos con los blancos de plástico. Sólo disparé y ya. Cuando se dispersó el polvo, vimos que había seis insurgentes muertos en el campo. Otros dos murieron en el hospital.

Después llegaron las fuerzas aliadas a retirar los cuerpos. Cuando regresamos al campamento, todos los del pelotón nos felicitaron. Semanas después, a medida que el despliegue se prolongaba, comenzaron a llegar a mi mente los rostros destrozados de los hombres que había asesinado, pero esta vez los veía de forma más humana. Me preguntaba si alguna niña iraquí estaba llorando en casa porque su papá no había regresado, o si había alguna mujer que jamás volvería a ver a su esposo.

Pasar tanto tiempo en ese lugar me volvió insensible a la muerte. No tenía miedo de nada y aceptaba todo. Sin embargo, cuando me di cuenta que le había quitado la vida a un ser humano, el sentimiento de culpa se volvió insoportable. Además, hizo que la posibilidad de morir fuera real otra vez.

El hijo

Mis padres se separaron cuando yo apenas tenía cuatro años pero mi papá nunca se alejó de nosotros. Siempre nos reuníamos para cenar en días festivos. Cada año nuevo y cada Día de la Independencia, mi papá y yo nos la pasábamos hablando de historia o viendo fuegos artificiales. Hasta el año pasado.

Sus pulmones estaban fallando y su organismo no recibía oxigeno suficiente. Un día antes de internarlo, los doctores programaron una cita para hablar sobre qué podíamos hacer. Mi padre se negó a que lo conectaran a un respirador artificial y los doctores dijeron que entonces no podían hacer nada más para ayudarlo.

Cuatro horas antes de morir, me pidió que le ayudara a sentarse. Me tomó de las manos y dijo "Creo que quiero que apagues el oxigeno", y me abrazó. Se quitó la máscara y le pidió a la enfermera que nos dejara solos. Después lo ayudé a recostarse y tomé su mano.

Sus ojos dejaron de moverse pero no se cerraron. Seguía respirando, pero a un ritmo más lento. Ya no estaba esforzándose; ya no estaba aquí. En ese momento me di cuenta que su mano estaba floja, más que cuando se quedaba dormido. En mi cabeza se repetía una y otra vez la misma frase: "Toda mi vida estuviste a mi lado y ahora es mi turno". Y al final: "Voy a extrañar mucho nuestras pláticas".

Después me puse a dar vueltas por la habitación con las manos en la cabeza mientras pensaba "¿Y ahora qué?". Metí todas sus cosas en una bolsa de basura y la saqué. Estoy seguro de que hice algo bueno. Él tomó su propia decisión; yo sólo lo ayudé a actuar. Estoy muy orgulloso de él porque no me dejó tomar esa decisión.

El adolescente

El accidente ocurrió en la zona rural al norte de Florida, EU. Aunque tenía 18 años, casi nunca salía de fiesta. Me la pasaba en mi casa frente a la computadora, navegando en internet. Eran más o menos las 9PM cuando escuché cómo se rompía la ventana de la sala.

La verdad, no me quedé pensando en qué hacer. Simplemente corrí por la pistola sin cargar que estaba debajo de mi cama y tomé cuatro balas del cajón junto a mi cama. Cuando terminé de cargarla, llamé al 911 y le dije a la operadora que había un intruso en mi casa. Justo cuando la operadora me estaba diciendo que no opusiera resistencia, el intruso derribó la puerta de mi habitación. Le estaba apuntando directo al pecho. Le quité el seguro y le grité que se saliera. El tipo sólo se quedó ahí parado, como si estuviera considerando las posibilidades. De repente sacó una pistola de sus pantalones.

Lo que más me agobia es que no dude ni un segundo. Disparé tan pronto sujetó la pistola con su mano. El primer tiro le destruyó las costillas y la columna vertebral. Colapsó. El segundo tiro le voló la cabeza. La operadora pedía que le respondiera. Estaba impactada por lo que acababa de escuchar pero se calmó en cuanto escuchó mi voz por el teléfono. Le dije que estaba bien y que el intruso había muerto. Seguimos hablando hasta que llegaron los policías.

Después fui por mi abuelo y salimos juntos al patio. Recuerdo que vomité y me puse a llorar. Aún no puedo creer que maté a una persona. Quitar la vida que Dios nos dio va en contra de la naturaleza humana. Pero estoy seguro de que volvería a jalar el gatillo si estuviera otra vez en la misma posición. Estoy dispuesta a proteger mi vida y la de mis seres queridos.

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