En este ocasión se relataran de viva voz los relatos de 4 mujeres que fueron acusadas de pertenecer al Cartel de Los Zetas, de un momento a otro no se imaginaron como cambiaría su vida y relatan como fueron cruelmente torturadas por la Marina y el Ejercito para aceptar diversos delitos que aseguran no cometieron.
Éste es uno los testimonios que hemos recopilado entre gente metida contra el Narco que forman parte de Los Narco Relatos un proyecto que recopila las historias que se cuentan a diario en México son las huellas que a dejado la guerra contra el narcotrafico y que damos testimonio aquí. En esta ocasión lo acompañamos de nombres reales, los lugares en los que sucedieron los hechos son especificos y lo he acompañado de mi definición de estos lamentables hechos.
Narcoviolencia-Cuatro mujeres están a punto de ser torturadas. Una está c*giendo frenéticamente en un motel. La otra baila en la pista de un bar. La tercera duerme en bikini sobre la cama de un completo desconocido, y la última se está colocando una toalla sanitaria en el baño de su casa. A juzgar por su estado de ánimo no tienen ni put@ idea de que sus vidas están a punto de convertirse en una furiosa y asustada alarma antiaérea. En los próximos cinco minutos las van a condenar por pertenecer al cártel de la última letra: Los Zetas.
KRISZTINA KIRÁLY
Cuando estaba sentada en el sillón de mi casa y miraba en la televisión de mi recámara violencia en Latinoamérica, siempre era Colombia el escenario donde corrían las balas y la sangre, pero no México, adonde vine desde Hungría, buscando superar la crisis económica. Pero las cosas salieron de la chingada, terminé recluida en el Cereso Femenil de Mexicali acusada de pertenecer al cártel de Los Zetas.
Más que los muertos que he visto colgados en los puentes vehiculares a lo largo y ancho del país me sorprendió lo paradisiaco de las playas oaxaqueñas y sobre todo, la disposición que tienen los mexicanos para convertir en festejo cualquier trivialidad. De las drogas sé poco, por mera recreación he probado mariguana y cocaína. Las tachas y el éxtasis nunca, porque diez años atrás, cuando salí de Europa Oriental, apenas comenzaban a ser las invitadas indispensables de las fiestas.
Mis compañeras me dicen que me parezco a las gitanas que caminan en los centros comerciales de Mexicali, buscando a quién leerle la mano por 30 pesos. Me cuesta trabajo ubicar acentos en las palabras. Mi “mama” era enfermera de hospital y mi “papa” policía, allá en mi aldea natal de no más de 2,100 habitantes, Taktaszada, junto a la frontera con Eslovaquia.
El motivo de mi detención es por delincuencia organizada, según me dicen es por droga. Tengo aquí en Mexicali casi dos años y medio.
Llegué a trabajar al Distrito Federal hace casi nueve años. Fui edecán, dama de compañía y bailarina exótica en fiestas. En Hungría trabajaba en la empresa Nestlé, pero no me alcanzaba el dinero y después me quedé sin trabajo. El esposo de una amiga de allá en Hungría, me dijo que me podía conseguir trabajo en México en un centro nocturno. Acepté, viajé y comencé a trabajar en Solid Gold; no es un table dance cualquiera, es un elegante restaurante, es más, teníamos que usar vestido de noche y muchas veces sólo platicábamos, no fichábamos. Ahí está lleno de mujeres checas y húngaras. Los clientes pueden cenarse un filete en un privado mientras alguna chica le baila desnuda.
Estaba en Puerto Escondido, después de estar en el Distrito Federal me había ido a vivir allá. El día que me detuvieron me habían contratado para dar un show a una persona que cumplía años. Me contrataron de 12 de la noche a 12 del día, pero como a las cuatro me dio sueño, me fui a dormir un rato y les dije que si me ocupaban para algo que me levantaran. Como a las nueve de la mañana entró el Ejército rompiendo puertas y nos detuvieron a todos. Nunca me preguntaron nada, ni cómo me llamaba, ni de dónde era, ni qué estaba haciendo ahí, sólo me esposaron y me subieron a un camión.
Fui torturada. Me pegaron con los puños en la nuca. Me pegaron en todo el cuerpo hasta que se aburrieron. Y me descargaron 200 voltios de electricidad en todo el cuerpo. Después de horas de golpes e interrogatorio pedí agua. En respuesta me acostaron, me metieron un embudo de plástico en la boca, me vaciaron varios litros de agua de la llave y me pegaron con los puños en el estómago. Pensé que estallaría. No supe si me torturaron militares o policías, porque siempre tuve tapados los ojos.
Tengo una niña de dos años que se quedó en Puerto Escondido con su papá, un arquitecto con el que viví dos años. No tengo familia en México y nadie me visita; a veces mi familia me manda dinero o mis amigos, pero no siempre. Es difícil. Algunas chicas de mi pasillo me ayudan con cosas personales como papel de baño, jabón o quince pesos de tarjeta de teléfono para llamar y preguntar cómo está mi hija, eso porque las ayudo con la talacha o lavo su ropa. Es difícil estar en la cárcel cuando eres extranjero.
Aparte de la libertad, lo que más extraño es comer bien, cocinar. A mí me encanta la gastronomía, me gusta mucho la comida mexicana, el mole poblano, la sopa azteca, el picante. Aquí en la cárcel mi comida favorita son los chilaquiles. Nunca pensé extrañar tanto a mi familia y a mi hija, nunca pensé separarme de ella.
También extraño la música. Me gusta mucho la música clásica, el sonido del piano y del violín. La única música que escucho aquí en la celda es la de la televisión. Cuando le estamos cambiando de canal y en alguno hay música, ahí le dejamos y todas las compañeras bailamos y cantamos. Me gusta la música de mariachi. En Hungría nunca la había escuchado. La banda sinaloense se parece en algunos sonidos a la música de las bandas de Alemania y del bosque donde vivía, me gusta.
Mi embajada supo que me detuvieron después de muchos días. Cuando me detuvieron lo primero que tenían que hacer los militares era comunicarse con mi embajada. Hasta que estaba arraigada en la PGR, en el Distrito Federal, me dejaron comunicarme con la embajada de mi país; ellos me llevaron ropa interior y cosas personales que necesitaba. Mi caso se está llevando en Tamaulipas, aunque me detuvieron en Oaxaca y yo estoy aquí en Mexicali. Mi abogado, que está en Matamoros, piensa que este año salgo. No tienen de qué acusarme, yo nomás estaba haciendo mi show, no conocía a las personas que dicen que eran de Los Zetas. Nunca miré drogas, ni armas en la casa donde me contrataron. La casa tenía alberca, pero no era muy lujosa.
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