El abogado salvador de "Los Narcos"

“Por el tipo de reo que era, mi cliente tenía un chingo de restricciones en el penal. No sólo era un reo federal de alta peligrosidad, sino que su aprehensión representaba un capital político de la más alta importancia.

Una persona entre que funcionario y miembro de nuestra organización me puso en contacto con un bato que supuestamente podía alivianar a mi cliente. 

Sin saber quién era —en estos casos uno nunca pregunta demasiadas cosas para no meterse en pedos— me comuniqué con él y me citó en un restaurante en la zona más mamona de la capital.

Había reservación a nombre de esta persona, así que cuando llegamos al lugar, el capitán de meseros o el gerente o el socio o el dueño… la verdad que no sé quién chingados era, pero un viejo guango ahí medio faramalloso nos recibió personalmente: Señor, por favor pase usted hacia nuestro privado.

El ruco nos condujo a mí y a las dos personas que me acompañaban al fondo. Nomás nos sentamos el viejo cerró el área con unas cortinas gruesas de terciopelo oscuro, muy mamón el pedo. Bueno, pues al minuto llegó el bato que habíamos contactado; un bato muy elegante: sus zapatos italianos, su traje inglés, mancuernillas de plata, corbata chingona… con una presentación impecable.


Y muy serio el güey. Nos saludamos de mano, que Licenciado, mucho gusto; el bato sin mayor preámbulo fue al grano: ¿Qué es lo que quiere su cliente, Lic? Pues el señor quiere tres cosas: una Biblia, un reloj de mano (un reloj cualquiera, de esos baratos, nomás para llevar la hora) y quiere que se le permita tener semanalmente visita conyugal. Está bien, dice el bato; lo dijo de volada, muy quitado de la pena.

Aclaró que nos iba a costar un millón de dólares; Sin bronca, respondí. Tratándose de mi cliente, creí pertinente preguntarle cómo me garantizaba que podría cumplir estas tres peticiones. Mire, Lic: después de que usted me haga entrega del dinero, me advirtió, jamás volverá a saber de mí; entonces sacó su teléfono, habló dos o tres cosas con quien supuse era su jefe y me dijo Listo: su cliente ya tiene Biblia y reloj.

Pedí a uno de mis acompañantes que radiara a la escolta que nos esperaba afuera del restaurante para que sacara de la camioneta un maletín con la mitad del dinero que pedía. Le dimos al bato el maletín y quedamos en que entregaríamos el resto después de que mi cliente recibiera su primera visita conyugal.

Al siguiente día sería el pedo, aprovechando que yo tenía audiencia, así que acordamos volver a vernos, por última vez, en un par de días. Llegué al penal con la esposa de mi cliente; no voy a explicar el proceso para entrar a un penal federal, pero es un desmadre. A la primera aduana pregunté a los guardias si de casualidad hoy había quebrada de visita conyugal; haciéndome pendejo, pues. Pues que Su cliente no la tiene permitida; ellos lo sabían, yo ya lo sabía. ¿Por qué no revisa por ahí entre sus papeles si ve un cambio de política? No hay cambio, sostuvo. ¿Podría confirmar ese dato?

En lo que el bato hacía una llamada, por dentro me dije Ya nos chingó aquel bato. Pues cuál va siendo la sorpresa —yo creo que más del mismo guardia— que efectivamente había visita conyugal ese mismo día. La señora pudo entrar sin pedos, yo la esperé afuera. Vi a mi cliente horas más tarde en la audiencia; el señor estaba muy contento y lo único que dijo al respecto fue Gracias, Lic. Para no hacer el cuento largo, al siguiente día se le entregó el resto de la feria a aquella persona. Antes de despedirme le pregunté que, con todo respeto, quién chingados era; o sea: cuál era su pedo en este mitote. Pues que Soy el asistente personal de la Primera Dama, dijo el bato. Ni qué decir.”

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