En junio de 2005, en Zapopan, Jalisco, Iván Archivaldo Guzmán Salazar fue detenido tras un accidente de tránsito al salir de una fiesta.
Se le indentificó como hijo de Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, “El Chapo, entonces el hombre más buscado en México y Estados Unidos.
Se le sentenció a cinco años de prisión por lavado de dinero pero fue absuelto en 2008 por falta de pruebas.
De acuerdo con los informes derivados de esa detención, “El Chapito” no tuvo una gran convivencia con su padre, si acaso las visitas que junto a su madre le hizo cuando éste estuvo preso en Puente Grande. Su test psicológico revela que lo extraña y lo considera “una buena persona”.
Para autoridades en México y en EU hay indicios claros de que “El Chapito” sí tuvo, o tiene, implicaciones directas en los negocios de su padre, estimados en muchos miles de millones de pesos. Un emporio ahora sin su principal cabeza, pero que incluye transacciones que van más allá de las drogas y que se extienden a los sectores inmobiliarios, la hotelería y el turismo y agencias automotrices, entre otros.
Son negocios jugosos donde no sólo se vincula a “El Chapito” sino a la familia más cercana del capo que, hasta el sábado pasado, era el enemigo público número uno.
Por Humberto Padgett/Sinembargo
Siento que mi padre es… ‘buena persona’”, no dudó en completar en el test psicológico Iván Archivaldo Guzmán Salazar respecto del hombre que es su padre Joaquín “El Chapo” Guzmán detenido en el 2014 señalado por las autoridades como uno de los personas responsables de las miles de muertes en la narcoguerra de Ciudad Juarez y otras partes del pais.
Cuando Iván Archivaldo nació, el 15 de agosto de 1983, su padre, Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera era un joven narcotraficante al servicio de Miguel Ángel Gallardo Félix, “El Padrino”, el último capo mexicano que gobernó en razonable paz y orden a los clanes de las drogas en México.
En ese tiempo, principios de los ochenta, Joaquín Guzmán Loera no aparecía siquiera en la lista de los objetivos de la DEA [la principal agencia antidrogas de Estados Unidos] como uno de sus objetivos, trazados desde fines de la década anterior con la Operación Cóndor, la primera gran operación conjunta entre México y su vecino del norte para erradicar el cultivo de marihuana y amapola con apoyo del ejército mexicano en el “Triángulo Dorado”, la serrana frontera de Chihuahua, Durango y Sinaloa.
Los capos se mudaron a Guadalajara, entendida como la capital del occidente mexicano, y compraron cuanto policía hubiera. La vida les resultaba relativamente sencilla hasta que tuvieron la mala idea de secuestrar, torturar y asesinar al agente especial de la DEA Enrique Camarena Salazar.
Antes de morir, “Kikí” Camarena explicó quiénes eran los objetivos prioritarios de la lucha antinarcóticos. Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero, Manuel Salcido, “El Cochiloco”, y Juan José Esparragoza Moreno, “El Azul”, de acuerdo con el expediente de uno de los asesinos materiales del policía norteamericano.
Ni una sola ocasión aparece el nombre de Joaquín Guzmán Loera. Tampoco existe en la causa penal de más de 20 mil hojas levantada contra José Antonio Zorrilla Pérez, el jefe de la policía política mexicana de la época y quien pasó casi 30 años de su vida en prisión por vender su alma al narco.
El retrato documental más puntual de la connivencia de autoridades hacia los criminales organizados de esos días está plasmada en el libro Desperados. Los caciques de la droga, los agentes de la ley y la guerra que Estados Unidos no puede ganar, de Elaine Shannon (Lasser Press, 1989).
¿Cuántas líneas dedicó al hombre detenido el sábado 22 de febrero de 2014 como el narcotraficante más buscado del mundo? Ninguna.
Tras la detención, en 1989, del “Padrino” y la consecuente muerte del Cártel de Guadalajara, “El Azul” Esparragoza convocó a los sobrevivientes. Los narcos se convencieron de que todos cabían –luego se darían cuenta y de lo peor forma que no era sí.
Dueños de las almas de los agentes de la Dirección Federal de Seguridad que migraron a la Policía Judicial Federal, convinieron la constitución de cuatro cárteles: Tijuana, para los hermanos Arellano Félix, sobrinos de Miguel Ángel Félix Gallardo, y Jesús Labra Avilés, “El Chuy”; Sinaloa, encabezado por Joaquín “El Chapo” Guzmán; Juárez, para Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”, y del Golfo, en manos de Juan García Ábrego.
En ese momento, Iván Archivaldo, hijo de Joaquín Archivaldo tendría seis o siete años, así que la vida de ese muchacho coincide con la historia criminal de quien fuera el hombre más buscado en el mundo.
“El Chapito” vivió y sobrevivió a las guerras iniciadas y todas ganadas por su padre contra los cárteles de Tijuana, El Golfo Juárez y los Beltrán Leyva. Ese joven ha visto volar cabezas de uno y otro bando en la disputa con Los Zetas. Ha crecido en el entendido de que su padre sometió a dos presidentes de México.
Y, después de todo, ¿qué se depositó en su mente?
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