YO MATÉ CON EL Z-40: LA HISTORIA DE “KAREN”

El Neto juró de todas las maneras posibles que él no era, que él nada había dicho a nadie de cómo era el ir y venir de coca, heroína y muertos por Nuevo Laredo.

Que él nada tenía que ver con “la contra”, como Los Zetas se refieren a sus enemigos, más concretamente a todo quien tenga algo que ver con El Chapo Guzmán.

Miguel Ángel Treviño había golpeado al Neto durante toda la noche. Horas antes, Heriberto Lazcano, entonces líder de los militares desertores hacia el narco, le ordenó reunir a todos los halcones de la plaza, los ojos y oídos de Nuevo Laredo.

–Un cabrón está hablando. Le dicen El Neto, búscatelo –pidió a Treviño Morales El 40, afamado desde entonces, 2005, por su implacable capacidad para encontrar y levantar enemigos. Desde antes era temido y reverenciado por su crueldad.

Miguel Ángel Treviño era un L viejo o un cobra viejo, como en la nomenclatura zeta se llama a los miembros leales y antiguos del cártel, pero de origen impuro por no provenir del Ejército Mexicano.


Esta regla de oro en La Compañía sería una ley que El 40 desafiaría hasta convertirse en rey cruel.

El Neto juraba que él no lo había hecho, pero también ya estaba en un momento de la tortura en que podía decir cualquier cosa. Treviño y su estaca, una escuadra de hombres de distintos rangos diseñada a manera de una unidad militar, ya estaban cansados.

El silencio barría el paraje escogido a las afueras de Nuevo Laredo, cerca de un árbol.

Treviño Morales caminó hacia la camioneta blindada de su estaca y volvió con un enorme marro.

–¿A quién, hijo de tu pinche madre? –preguntó sobre el halcón, postrado en el piso.

El Neto balbuceó cualquier cosa, nada de utilidad para su vida.

El 40 se aferró al marro con ambas manos, tomó impulso y golpeó sobre la pierna derecha del vigía.

El hueso salió más rápido que el grito.

–Amárrenlo al árbol. Que se muera de dolor –pidió Treviño Morales, el hombre que gobernaría a Los Zetas y que fue capturado la madrugada del lunes pasado.

En la mitad de la década pasada, Los Zetas habían resuelto su independencia del Cártel del Golfo.

Osiel Cárdenas Guillén, el hombre que compró su deserción, estaba preso desde 2003 y fue entregado en extradición a Estados Unidos en 2005. El Mata Amigos, como se le llamaba, no volvería a México. Al menos no vivo.

El bastón de mando fue reclamado por su hermano Tony Tormenta, pero Los Zetas, militares de élite entrenados por Estados Unidos, declararon su independencia. Despreciaban a Tony Tormenta desde el día que intentó hacer negocios a espaldas de su hermano Osiel.

La emancipación zeta precipitó la guerra aún vigente en Tamaulipas, Nuevo León y Veracruz, principalmente, con el Cártel del Golfo, organización que debió aliarse con su enemigo histórico, el Cártel de Sinaloa, para resistir el embate de su antiguo cuerpo de sicarios.

¿Cómo era Nuevo Laredo, la ciudad de sangre, dólares y coca tomada y refundada alrededor suyo por Los Zetas hasta erigirla como su capital?

El santo y seña de la vida y muerte de esa ciudad fronteriza lo dio un hombre que desertó del ejército para convertirse en policía, de la policía para hacerse zeta y de Los Zetas para volverse informante a resguardo de las autoridades.

Este hombre, Karen, ofreció tres amplias declaraciones el 27 de septiembre de 2005 y el 15 de abril y 5 de julio de 2007. Los testimonios quedaron vertidos en la causa penal 97/2007 instruida por el Juzgado Octavo de Distrito en Reynosa, Tamaulipas.

SinEmbargo posee copia del documento completo.

El de Karen no es un relato cualquiera. Es el de uno de los hombres que levantó, torturó y asesinó al lado de Miguel Ángel Treviño, cuya vida debió cuidar como la máxima de sus prioridades.

Su narración posee otra condición: la vida implantada por el narco y por él descrita permanece vigente en Nuevo Laredo, la Capital Zeta.

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