Quién sabe cuáles son los criterios de la justicia estadunidense para establecer acuerdos y condenas respecto a los principales narcotraficantes mexicanos. El tratamiento a cada uno de ellos es distinto y lo son también sus condenas. Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo, fue condenado ayer a cadena perpetua por una corte de Washington, y al embargo de propiedades por 529 millones de dólares. Contra El Mochomo atestiguaron entre otros La Barbie, Édgar Valdez Villarreal; Jesús El Rey Zambada y Sergio Villarreal, El Grande, convertidos aparentemente en testigos colaboradores. Osiel Cárdenas, tanto o más peligroso que El Mochomo, recibió sólo 20 años de condena y un embargo de 20 millones de dólares en propiedades.
La detención de El Mochomo estuvo en el centro de la lucha entre los cárteles. Los Beltrán Leyva, eran de los principales operadores y asociados del cártel del Pacífico que estaba encabezado por El Chapo Guzmán, El Mayo Zambada y El Azul Esparragoza. Los Beltrán se encargaban de buena parte de las relaciones con cárteles colombianos, tenían rutas propias para introducir drogas en Estados Unidos, sus grupos de sicarios y se encargaban, además, de la seguridad de los jefes del cártel. En algún momento del 2006 pidieron un lugar en la mesa de los tres jefes, al mismo tiempo que se daba la ruptura con Vicente Carrillo, hermano del fallecido Amado Carrillo Fuentes, el llamado Señor de los Cielos, quien también reclamaba su liderazgo en el grupo que originalmente había encabezado su hermano. La respuesta para los Carrillo fue el asesinato del hermano menor, Rodolfo, junto con su esposa, en Culiacán. Los Beltrán Leyva siempre aseguraron que Alfredo había sido entregado por sus rivales en el cártel. Eso fue lo que detonó la guerra a la que ya estaban incorporados Osiel Cárdenas, con el cártel del Golfo y los emergentes Zetas. No pasó mucho tiempo para que los Beltrán, Carrillo y Los Zetas establecieran una suerte de alianza contra el cártel de Sinaloa. Las consecuencias de aquella historia las estamos viviendo hasta el día de hoy.
Cuando se habla de la Guerra de Calderón o cuando hoy se dice que es el Estado el que fomenta la violencia se olvida, se ignora o se oculta que la violencia que vivimos tiene su propia dinámica y que inició por éstos y otros enfrentamientos entre cárteles. Quienes proponen, con absoluta ligereza, sacar al Ejército y la marina de las calles, o desmantelar estructuras de seguridad, olvidan, ignoran u ocultan que estamos hablando de preservar la seguridad de la sociedad ante grupos que han provocado en un década decenas de miles de muertos. En ese proceso puede haber habido mejores y peores operadores, espacios para la inteligencia y la corrupción, estrategias más o menos acertadas. Lo único que no se puede hacer es renunciar a esa lucha porque dejaríamos en las manos de estos sujetos nuestro destino.
Pero el oportunismo político se alimenta de ocurrencias que pueden servir para el argumento de una pésima novela (como la infumable e inverosímil Ingobernable) pero no para gobernar y llevarle seguridad a la gente. Jaime Rodríguez El Bronco, dijo que en Nuevo León iba a controlar la seguridad vía Facebook, desarticuló el excelente trabajo que se había hecho construyendo la Fuerza Civil y perdió la seguridad que con tanto esfuerzo se había ganado.
El gobernador Javier Corral dice ahora que no puede con la inseguridad porque “lo dejaron solo”, sin apoyo del gobierno federal. Corral fue de los que despotricaban en contra la presencia del Ejército en las calles, de los que hablaban de “la guerra de Calderón”, de los que prometieron en campaña acabar con la inseguridad acabando con el gobierno de César Duarte, quien por cierto, en ese ámbito sí había tenido avances, sobre todo en Ciudad Juárez, con una activa participación social (clave, también, en la mejoría que hubo en Nuevo León). Corral desmanteló esas políticas, la inseguridad creció, resurgió el cártel de La Línea y ahora dice que no puede, que quiere, que necesita al Ejército, a la Policía Federal, pide que no lo dejen solo. Habría que preguntarse entre otras cosas qué ha hecho en seis meses para mejorar los órganos de seguridad y la policía estatal.
Al mismo tiempo que se condenaba a El Mochomo en Washington, en Chicago se entregaba Iván Reyes, personaje que no queda claro qué papel jugaba dentro de la Policía Federal. Medios estadunidenses como AP, dicen que era el enlace con la DEA, uno de los mandos con mayor información, pero al mismo tiempo dicen que era un personaje de tercera línea en la corporación. Lo cierto es que según ha dicho este hombre trabajaba al mismo tiempo para la Policía Federal y para los Beltrán Leyva, pero tenía estrecha relación con la DEA. Lo que sorprende es que se haya entregado en Chicago, lo que quiere decir que quiere convertirse en un testigo colaborador, otro más, para negociar su condena, lo que no pudo hacer El Mochomo, que se declaró primero inocente y luego pidió clemencia. No tuvo ni una ni otra.
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